Ya que estamos granhermanizados por estos días voy a tomar una tangente orwelliana y dar rienda suelta a mis 5 minutos de odio. Y pensándolo bien estaría bueno que además de una cámara confesionario hubiera una cámara 5 Minutos de Odio en la casa, que late. Ayer volvió Dorio, dicho al pasar, y me volví a divertir mucho con él. Falta Any, es cierto, pero está una tal Lola, una gallega rara de Aldo Bonzi, ¿la nueva Anabel Cherubito? ¿De dónde salió? Ayer Dorio le tiró algo así como “No, Mamita…”; re despectivo. Y después habló de la doble moral de los argentinos, del chivo expiatorio social, de la complicidad de la sociedad civil con los militares y de muchas cosas más. Pero quería odiar, 5 minutos, otra cosa.
Quienes me conocen ya saben la mitad, algo así como 2 minutos y medio, pero ahora me enojé con otra cosa, un ratito. Trataré de ser lo más conciso posible para que se entienda: siempre me molestó que los idiomas le cambien el nombre a las ciudades y a los países. Digamos, yo me llamo Natanael, ¿no?, si voy a Australia no quiero que me digan Nathaniel, porque así no me llamo. Entonces, ¿por qué hay topónimos que les cambiamos el nombre? Desde pequeñas deformación zonzas como pasar Brazil a Brasil o London a Londres; hasta insustancialidades tales como Deutschland a Germany o Alemania: creo que no coincide una sola letra entre los tres nombres. La verdad es que no entiendo qué pasa con esto. Quizás alguien tenga una explicación; yo ninguna. Todo se complejiza más cuando hay ciudades que no cambian en ningún idioma, como Montevideo o Buenos Aires. Imaginen si, no sé, caes en Arkansas y te tiran “Good Airs”, vos contestarías: “No, vine por Lapa”. La pobre China Zorrilla creerá que Mountvideo es una cadena hotelera. El caso más increíble es el de Pekín, que toda la vida le dijimos Pekín, y de un día para el otro a una junta de locos se le ocurrió denominarla Beijing sin que hubiera mediado ni un solo suceso que lo amerite.
El otro tema, el nuevo, más que con odio me deja incómodo. Puedo entender que los nombres propios que refieren a la cualidad de un objeto o una virtud sean trasladados a varios idiomas: el nombre Rosa que viene después de la cosa Rosa; la Violeta, que llega más tarde que la cosa Violeta; o Justo, que deviene de la calidad de ser tal cosa. No sé si me explico bien. Entiendo que muchos nombres tienen el mismo origen etimológico, lo que no entiendo es lo mismo que con los topónimos: no sé cómo llega a cambiarse de Pablo a Paul, porque eso viene de, no sé, el arameo antiguo, que era Papau, yo qué sé. ¿Qué pasó? ¿Un día se juntó la Orden del Nombre de Todas las Leguas y tiraron los nombres más populares sobre la mesa?
¿Habrán dicho algo así? “Tenemos a Jeaveun, ¿qué hacemos?”; el hombre del castellano tiró, “Le vamos a poner Juan a eso”; el representante inglés dijo, jodido, “le voy a poner John”; y el tano, espetó, relamiéndose en su originalidad, “¡Giovanni!”. Y así podemos seguir con binomios Felipe/Phillipe; Jorge/George; o Francisco/Frank.
¿Por qué me enseñaron a amar, si es volcar sin sentido los sueños al mar? Si el amor, es un viejo enemigo que enciende castigos y enseña a llorar... Yo pregunto: ¿Por qué? ¡Sí!, ¿por qué me enseñaron a amar, si al amarte mataba mi amor? Burla atroz de dar todo por nada y al fin de un adiós, despertar llorando... carajo mierda.