“Levante la mano el que alguna vez se enganchó con un novela”, impera la última publicidad de Coca Cola light, muy parecida a la anterior, que era muy buena. Y yo tendría que levantar las dos, porque mi feminidad tiene –uno de- su(s) punto más alto(s) en mi devoción por la telecomedia romántica. Soy proclive a seguir con cierto recogimiento los conflictos culebronísticos.
Mi mayor obstinación en esta materia fue por 2003: padre me había regalado un discman que capturaba “la banda TV” en el que se podían escuchar los canales de aire de la televisión vernácula; recuerdo que cuando volvía de TEA los lunes, miércoles y viernes, como vivía en Lugano y tenía hora-horaypico de viaje, salía a las 11 y me venía escuchando Resistiré en el 5. A la altura de Medrano la Iglesia del Pastor Giménez se me metía en la banda TV –váyase a saber por qué- imponiéndose a la voz de Bárbara Lombardo- seguramente era Dios agobiando mis bajos instintos o la Momia reencarnada en guía espiritual -. Y siempre me agarraba un semáforo largo, nunca una pasadita por el templo, siempre unos 2 minutos de enseñanzas adventistas del undécimo día.
Después me enganché en mayor o menor medida con alguna serie de la tele. Intenté con El Deseo pero era muy mala, seguí con decido orgullo y con felicidad compleja las desventuras de Padre Coraje –madre y nolugareña me llamaron varios días para comentarme extasiadas un escena final o para que las ponga al tanto de lo que sucedía ya que, ocupadas, se perdieron dos-tres días la tira y se comían el coco tratando de entender por qué Amanda Jáuregui estaba enamorada de Manuel o que había pasado con Clara Guerrico y La Mudita. Nombres para la memoria: Teté, Mecha, Santo, Pipo, Messina, Olmos Rey, Ponce…
Bueno ahora sucede que me enfermo cada día con Montecristo y la verdad sea dicha: es mejor que las dos series anteriores mencionadas juntas. Quizás sea lo mejor que se haya hecho en la televisión argentina junto a Okupas y Los Simuladores. No hay nada de más. No hay improvisaciones. No hay escenas que sobren. Se propusieron, para sostener semejante historia, no convocar a carilindos rentables sino a grandes actores, con lo bueno que eso le da en dramatismo a un texto cuidado. Cada personaje es una obra arquitectónica de guión. Con sus tics, sus fobias, sus secretos, sus debilidades. Cumplen Joaquín Furriel –verdaderamente odioso-, Pablo Echarri –boca de pescado- y la –insoportablemente inocente- Paola Krum. Pero como siempre pasa en estas buenas series, el premio se lo llevan los personajes secundarios que tienen caracterizaciones más complejas y trabajadas. Luis Machín la descose; Rita Cortese vuelve a demostrar que es la mejor actriz de nuestro país, por su habilidad natural tanto para el drama y como para la comedia –recordar la dupla con Alberto Martín-. El que hace de Alberto Lombardo –que era papá de Adrián Suar en 22, El Loco- es el genial Oscar Ferreiro. Virginia Lago y Roberto Carnaghi pareja de hombre-expropiador-de-bebés-de-la-dictadura y mujer-golpeada-escondedora-y-sutilmente-temible. Horacio Roca, un curita bueno, campechano y creíble. Y la que hace de Leticia, que la verdad no recuerdo qué hizo antes, pero que compone un personaje de excepción, una loca senil que recuerda cosas tremendas de a ráfagas tras un muro de represión que le impide recordar por qué no recuerda nada, que se llama María Onetto, y es el mejor descubrimiento del año y –recuerden- la ganadora de todos los próximos premios al espectáculo en la categoría “Revelación en TV”. Bueno, si no la vieron, veanlá, es realmente imperdible.
Prohibido nuestro amor,
¿y qué?
Nos van a lapidar,
¿y qué?
Peor es no saber tener,
por un amor,
en carne viva el corazón.