Terminando de leer la biografía de Hinde Pomeraniec sobre Blackie (Paloma Efron), la dama que hacía hablar al país, mujer adelantada a su época, destacada en mil disciplinas. Probablemente escriba algo en estos días a manera de reseña pero antes me gustaría compartir un texto sobre la TV que firmó la destacadísima periodista y productora, publicado en la revista Todo es Historia, de Félix Luna.
La tv en busca de una filosofía
La televisión lanzó sus primeras imágenes allá por 1951. Desde entonces y hasta el día de hoy, el más joven de los medios de difusión ha batallado para conseguir su lugar bajo el sol. Su historia está llena de vaivenes que van desde su origen de orden casi político, a la solitaria actuación del canal 7, de carácter estatal pero siempre teniendo una orientación semicultural y semicomercial; y abarca el período de la franca competencia con los canales 9, 11, 13, 2 que salieron al aire con una programación totalmente empresaria y comercial.
Así planteadas las cosas es necesario definir las áreas a las cuales está sujeta nuestra televisión. En Europa el estilo es absolutamente distinto ya que el Estado controla las emisiones a través de diversos sistemas, y propugna una televisión con poco o nada de publicidad comercial, usando para atender los gastos de producción, manutención de los estudios y todo lo que hace a una planta televisiva, el dinero que ingresa en concepto que se cobra a cada usuario. De hecho, entonces, el método y la línea son absolutamente diferentes a los que rigen a la televisión norteamericana que es la que ejerce su área de influencia sobre la TV latinoamericana. En este caso las programaciones son realizadas con un definido y lógico criterio de beneficios comerciales, ya que el único ingreso que tienen los canales es la publicidad. A través de una filosofía de esta índole, los canales argentinos se manejan con un fuerte sentido competitivo, en el cual influye notablemente la práctica de la medición de audiencia (rating) que se hace telefónicamente. Esto hace suponer que, de acuerdo a esas llamadas, se puede establecer un puntaje más o menos adecuado para los programas que se emiten.
Este método ha contribuido a crear verdaderas psicosis entre los distintos canales de nuestro país.
Nadie que tenga una cuota mínima de sinceridad frente al medio puede proponer una programación de mejores valores culturales y dar por descontado que el éxito es seguro; pero con la misma sinceridad hay que reconocer que es prácticamente imposible saber el veredicto del público sin hacerle conocer una programación de mejores valores culturales. Es un círculo vicioso que no termina de resolverse; porque con una nota de cultura hecha de tanto en tanto y en horarios generalmente fuera del encendido, no se crea de ninguna manera el hecho más fundamental en el desarrollo de la televisión, que es el hábito.
La televisión es, antes que nada, periodismo e información, después entretenimiento y luego todo lo que constituya una programación. Si la noticia está hecha por gente idónea y especializada; si el entretenimiento está ofrecido por programas de orden teleteatral que consulten un temario veraz pero que contribuyan a la doble función de la unión de la comunidad; si el ingenio se produce a través de programas de factura cómica de buen vuelo y sin recurrir a la chabacanería; si la información científica es transmitida con material ameno y de alcance masivo; si se tiene en cuenta la audiencia infantil que constituye un tremendo aporte a la audiencia general, así como también los adolescentes, ahí se tiene la posibilidad de realizar un ensayo previo con miras e elevar el nivel.
Reparemos en algo fundamental: cuando decimos cultura nos referimos a todos los ingredientes que componen este hecho; pero presentados de una hábil manera. Porque no se trata sólo de presentar a Wagner o Chopin, sino que hay que habituar (y aquí volvemos al concepto inicial) a la audiencia a la música popular -pero la mejor- con excelente imagen y mejor sonido. El buen gusto va siendo elaborado juntamente con la audiencia, y en un tiempo que incluso se puede predecir, el público estará acostumbrado y preparado para espectáculos de mayor nivel. Si Rudolf Nureyev concitó uno de los más altos ratings de la historia de la TV argentina, a no equivocarse; ese hecho no es un índice. Nureyev, además de su talento, viene acompañado de una leyenda ampliamente publicitada que lo convierte en una estrella de show. Narciso Ibáñez Menta constituyó un verdadero suceso con su célebre ciclo “El fantasma de la Opera” durante muchas emisiones: este es un sutil ejemplo de cómo se aunaron la difusión de la célebre novela con una realización creada especialmente para televisión.
Si a la audiencia se la inunda con material de menor calidad, series cada vez más violentas y plagadas de crimen y sadismo; con teleteatros retorcidos y sin esperanza; si los niños y los adolescentes son receptáculo de agresión, violencia y sexo indiscriminados es difícil que mantenga poder de selección, puesto que la han habituado a esto y a nada más que esto.
La televisión es el medio de difusión más penetrante que posee la humanidad. Pero los valores se han invertido y la televisión es la que posee a la humanidad. Su sutil y abrumadora penetración debería ser profundamente analizada; sus rumbos debieran ser estudiados por psicólogos y sociólogos, de tal forma que su uso constituya un verdadero vehículo de honesta información, de correcto entretenimiento, de grandes pautas de buen gusto que es una de las bases de la cultura; debe, en suma ser un medio por el cual la familia argentina reciba en sus hogares la verdad, la belleza estética, el buen lenguaje.
También es muy cierto que la televisión corresponde al medio que la circunda y es bastante dificultoso escapar a su influencia; pero quizás debiera funcionar por antítesis. Ofreciendo un panorama que no sea un escapismo a la fuerte y atemorizadora imagen que da nuestro mundo de hoy, pero sí una revalorización de las grandes fuerzas del espíritu.
Los diarios los leen algunos; las revistas las leen quienes pueden comprarlas; la televisión que ha llegado a todos los estratos sociales, es abordada por todos sin discriminación. Su legendario enemigo (no tan legendario ni tan enemigo) el cine, tiene para su diferencia el hecho que hay que salir de casa para verlo y tiene sus reglas, lo mismo que el teatro. Le cabe a esta joven rama del entretenimiento la tarea más difícil puesto que es un elemento más dentro del hogar; que no tiene reglas definidas, y si las hay, tampoco se cumplen. Existe en nuestro país una ley de Radiodifusión que es una de las más severas del mundo y hay en ella un articulado sumamente interesante para aplicar. La promoción que la TV hace de sus programas se transmite durante todo el día, de manera que el niño, aunque no vea los programas que están fuera del área del menor, de todos modos recibe su cuota de agresión. Como se verá, cada uno y todos los puntos a tocar exigen un estudio profundo y a conciencia basado siempre en la filosofía que la televisión es un servicio para la comunidad, con todo lo que ello implica de responsabilidad y serios acercamientos.
En los últimos diez años la televisión, que practicaba una competencia fuertísima y cuyo regidor era el rating, ha sufrido cambios en su conducción, pero aún no se advierten cambios en su filosofía. Y lo más importante en un medio como el que nos ocupa es eso: la filosofía a seguir. Y una filosofía se basa en hechos resultantes; en investigaciones y conclusiones; en estilos de vida y su reflejo en los medios, y en un cuidadoso uso de la difusión cuyo estado ideal sería la responsabilidad combinada con especialización, conocimiento y severidad. Si se dice que una audición de televisión norteamericana ha contribuido a la asunción a la presidencia de los Estados Unidos de Kennedy y Carter ésa es una de las fases del fenómeno. Pero lo ideal sería que la televisión formara conciencia de una comunidad para elegir un presidente.
Insistimos en el aspecto de la filosofía. Se sabe, y bien claramente, que cada canal, como las radios, puede definir un estilo; pero el concepto global incluye un compendio de distintas disciplinas de las que no pueden ni deben evadirse los conceptos de serios estudios dedicados de lleno a satisfacer los deseos de un pueblo; y al mismo tiempo combinar para que este medio se aplique a un concepto de formación y educación de ese mismo pueblo. En algunos países la televisión educativa es un hecho; y si bien no se trata de convertir nuestra televisión en una escuela en el estricto sentido de la palabra, sí se puede convertir a una cámara en un vehículo de noble cuño que contribuya al mejoramiento de una nación.
En el último y gran conflicto que se produjo en Washington con la toma de edificios y rehenes, un juez dictaminó que la tremenda publicidad dada al hecho fomentaba los secuestros y los ataques a personas e instituciones. Pero la televisión no puede dejar de estar presente con la radio, los periódicos y las revistas en la cobertura de noticias. La diferencia reside en la forma que se da a ese tipo de noticia.
En suma, en los últimos años este joven monstruo moderno ha demostrado su fuerza. El resto les compete a quienes lo manejan y trabajan en él. Hábito, respeto a la audiencia, conocimiento, veracidad y manejo idóneo de la profesión son los elementos con los cuales se conseguirá que la audiencia sea la dueña de la televisión para usarla para su mejoramiento.
Blackie
Revista “Todo es Historia”
Nº 120 - Mayo de 1977
Especial 10º aniversario
La tv en busca de una filosofía
La televisión lanzó sus primeras imágenes allá por 1951. Desde entonces y hasta el día de hoy, el más joven de los medios de difusión ha batallado para conseguir su lugar bajo el sol. Su historia está llena de vaivenes que van desde su origen de orden casi político, a la solitaria actuación del canal 7, de carácter estatal pero siempre teniendo una orientación semicultural y semicomercial; y abarca el período de la franca competencia con los canales 9, 11, 13, 2 que salieron al aire con una programación totalmente empresaria y comercial.
Así planteadas las cosas es necesario definir las áreas a las cuales está sujeta nuestra televisión. En Europa el estilo es absolutamente distinto ya que el Estado controla las emisiones a través de diversos sistemas, y propugna una televisión con poco o nada de publicidad comercial, usando para atender los gastos de producción, manutención de los estudios y todo lo que hace a una planta televisiva, el dinero que ingresa en concepto que se cobra a cada usuario. De hecho, entonces, el método y la línea son absolutamente diferentes a los que rigen a la televisión norteamericana que es la que ejerce su área de influencia sobre la TV latinoamericana. En este caso las programaciones son realizadas con un definido y lógico criterio de beneficios comerciales, ya que el único ingreso que tienen los canales es la publicidad. A través de una filosofía de esta índole, los canales argentinos se manejan con un fuerte sentido competitivo, en el cual influye notablemente la práctica de la medición de audiencia (rating) que se hace telefónicamente. Esto hace suponer que, de acuerdo a esas llamadas, se puede establecer un puntaje más o menos adecuado para los programas que se emiten.
Este método ha contribuido a crear verdaderas psicosis entre los distintos canales de nuestro país.
Nadie que tenga una cuota mínima de sinceridad frente al medio puede proponer una programación de mejores valores culturales y dar por descontado que el éxito es seguro; pero con la misma sinceridad hay que reconocer que es prácticamente imposible saber el veredicto del público sin hacerle conocer una programación de mejores valores culturales. Es un círculo vicioso que no termina de resolverse; porque con una nota de cultura hecha de tanto en tanto y en horarios generalmente fuera del encendido, no se crea de ninguna manera el hecho más fundamental en el desarrollo de la televisión, que es el hábito.
La televisión es, antes que nada, periodismo e información, después entretenimiento y luego todo lo que constituya una programación. Si la noticia está hecha por gente idónea y especializada; si el entretenimiento está ofrecido por programas de orden teleteatral que consulten un temario veraz pero que contribuyan a la doble función de la unión de la comunidad; si el ingenio se produce a través de programas de factura cómica de buen vuelo y sin recurrir a la chabacanería; si la información científica es transmitida con material ameno y de alcance masivo; si se tiene en cuenta la audiencia infantil que constituye un tremendo aporte a la audiencia general, así como también los adolescentes, ahí se tiene la posibilidad de realizar un ensayo previo con miras e elevar el nivel.
Reparemos en algo fundamental: cuando decimos cultura nos referimos a todos los ingredientes que componen este hecho; pero presentados de una hábil manera. Porque no se trata sólo de presentar a Wagner o Chopin, sino que hay que habituar (y aquí volvemos al concepto inicial) a la audiencia a la música popular -pero la mejor- con excelente imagen y mejor sonido. El buen gusto va siendo elaborado juntamente con la audiencia, y en un tiempo que incluso se puede predecir, el público estará acostumbrado y preparado para espectáculos de mayor nivel. Si Rudolf Nureyev concitó uno de los más altos ratings de la historia de la TV argentina, a no equivocarse; ese hecho no es un índice. Nureyev, además de su talento, viene acompañado de una leyenda ampliamente publicitada que lo convierte en una estrella de show. Narciso Ibáñez Menta constituyó un verdadero suceso con su célebre ciclo “El fantasma de la Opera” durante muchas emisiones: este es un sutil ejemplo de cómo se aunaron la difusión de la célebre novela con una realización creada especialmente para televisión.
Si a la audiencia se la inunda con material de menor calidad, series cada vez más violentas y plagadas de crimen y sadismo; con teleteatros retorcidos y sin esperanza; si los niños y los adolescentes son receptáculo de agresión, violencia y sexo indiscriminados es difícil que mantenga poder de selección, puesto que la han habituado a esto y a nada más que esto.
La televisión es el medio de difusión más penetrante que posee la humanidad. Pero los valores se han invertido y la televisión es la que posee a la humanidad. Su sutil y abrumadora penetración debería ser profundamente analizada; sus rumbos debieran ser estudiados por psicólogos y sociólogos, de tal forma que su uso constituya un verdadero vehículo de honesta información, de correcto entretenimiento, de grandes pautas de buen gusto que es una de las bases de la cultura; debe, en suma ser un medio por el cual la familia argentina reciba en sus hogares la verdad, la belleza estética, el buen lenguaje.
También es muy cierto que la televisión corresponde al medio que la circunda y es bastante dificultoso escapar a su influencia; pero quizás debiera funcionar por antítesis. Ofreciendo un panorama que no sea un escapismo a la fuerte y atemorizadora imagen que da nuestro mundo de hoy, pero sí una revalorización de las grandes fuerzas del espíritu.
Los diarios los leen algunos; las revistas las leen quienes pueden comprarlas; la televisión que ha llegado a todos los estratos sociales, es abordada por todos sin discriminación. Su legendario enemigo (no tan legendario ni tan enemigo) el cine, tiene para su diferencia el hecho que hay que salir de casa para verlo y tiene sus reglas, lo mismo que el teatro. Le cabe a esta joven rama del entretenimiento la tarea más difícil puesto que es un elemento más dentro del hogar; que no tiene reglas definidas, y si las hay, tampoco se cumplen. Existe en nuestro país una ley de Radiodifusión que es una de las más severas del mundo y hay en ella un articulado sumamente interesante para aplicar. La promoción que la TV hace de sus programas se transmite durante todo el día, de manera que el niño, aunque no vea los programas que están fuera del área del menor, de todos modos recibe su cuota de agresión. Como se verá, cada uno y todos los puntos a tocar exigen un estudio profundo y a conciencia basado siempre en la filosofía que la televisión es un servicio para la comunidad, con todo lo que ello implica de responsabilidad y serios acercamientos.
En los últimos diez años la televisión, que practicaba una competencia fuertísima y cuyo regidor era el rating, ha sufrido cambios en su conducción, pero aún no se advierten cambios en su filosofía. Y lo más importante en un medio como el que nos ocupa es eso: la filosofía a seguir. Y una filosofía se basa en hechos resultantes; en investigaciones y conclusiones; en estilos de vida y su reflejo en los medios, y en un cuidadoso uso de la difusión cuyo estado ideal sería la responsabilidad combinada con especialización, conocimiento y severidad. Si se dice que una audición de televisión norteamericana ha contribuido a la asunción a la presidencia de los Estados Unidos de Kennedy y Carter ésa es una de las fases del fenómeno. Pero lo ideal sería que la televisión formara conciencia de una comunidad para elegir un presidente.
Insistimos en el aspecto de la filosofía. Se sabe, y bien claramente, que cada canal, como las radios, puede definir un estilo; pero el concepto global incluye un compendio de distintas disciplinas de las que no pueden ni deben evadirse los conceptos de serios estudios dedicados de lleno a satisfacer los deseos de un pueblo; y al mismo tiempo combinar para que este medio se aplique a un concepto de formación y educación de ese mismo pueblo. En algunos países la televisión educativa es un hecho; y si bien no se trata de convertir nuestra televisión en una escuela en el estricto sentido de la palabra, sí se puede convertir a una cámara en un vehículo de noble cuño que contribuya al mejoramiento de una nación.
En el último y gran conflicto que se produjo en Washington con la toma de edificios y rehenes, un juez dictaminó que la tremenda publicidad dada al hecho fomentaba los secuestros y los ataques a personas e instituciones. Pero la televisión no puede dejar de estar presente con la radio, los periódicos y las revistas en la cobertura de noticias. La diferencia reside en la forma que se da a ese tipo de noticia.
En suma, en los últimos años este joven monstruo moderno ha demostrado su fuerza. El resto les compete a quienes lo manejan y trabajan en él. Hábito, respeto a la audiencia, conocimiento, veracidad y manejo idóneo de la profesión son los elementos con los cuales se conseguirá que la audiencia sea la dueña de la televisión para usarla para su mejoramiento.
Blackie
Revista “Todo es Historia”
Nº 120 - Mayo de 1977
Especial 10º aniversario
1 comentario:
increíblemente actual. En serio fue escrito en 1977?
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