Cuando se habla del mercado, del libre, y del no tanto, en realidad se habla de la libertad de empresas. En estos días vuelven a aparecer, como sombras de un ballet de hemipléjicos, los economistas de antaño, los que nos regalaron este hermoso país último, a panfletear lindamente las cosas que el Estado tiene que hacer, que en realidad irónicamente son las cosas que tiene que dejar de hacer, es decir, lo que vienen a decirnos es que el Estado debería dejar de ser un poquito menos Estado para que al fin las cosas empiecen a andar bien, porque estamos en una crisis terminal.
Y el Mercado entonces, desde esa lógica, es la falta de Estado, para ellos. Para ellos, los economistas ortodoxos, y los periodistas que son oposición porque les conviene, y los políticos que son oposición pero sin saber a qué es lo que tienen que oponerse para ser contrapoder. Para ellos, lo que deberíamos tener es más libertad de mercado, es decir, menos Estado, para que las empresas aprovechen esta situación favoravilísima que tenemos, y que estamos dejando escapar –aunque, a su vez, no dudan en pronosticar que durará 20 años, porque este que viene es el siglo de los alimentos, y sarasa-. Entonces ver un casi humorístico Miguel Ángel Broda bromear que ahora, debido a estas circunstancias, le podemos dar de comer gratis a todos los pobres y encima ganar mucho dinero me suena peligroso. No sólo me suena. ¿Pero quiénes ganarían mucho dinero? Sí, claro, las empresas, los poderes económicos concentrados, los pools, los bowlings. Y ganarían tanta tanta plata que le darían de comer a los pobres. Eso dice Broda, aunque se olvidó de especificar cómo se instrumentaría esta revolucionaria medida de mercado de darle de comer a los pobres con la renta extraordinaria de los que más tienen. Para eso, el Estado como tal debería dejar de intervenir en la economía, bajar las retenciones, hasta anularlas y poner un ministro de Economía que haya estudiado Economía. Eso fomentaría el ingreso de capitales, porque este sería un país previsible, de Derecho, con reglas claras, como
Qué son las empresas entonces. Cómo son las empresas en nuestro país. Vamos a evaluar si nos conviene que en vez de gobernarnos los políticos que elegimos nos gobiernes las empresas que nos tocaron. Bien, las empresas se dividen en dos. Las grandes, y las pequeñas y medianas; las pymes son de nosotros, las megacorporaciones, son ajenas. Y quiénes deciden la renta nacional si dejamos el mercado abierto a su posible teoría del desborde, ¿las pymes, o las megacorporaciones con sus mercados oligopólicos, como Clarín, como YPF, como Grobocopatel? Porque a no confundirnos Clarín es una mega empresa oligopólica que en vez de vender autos vende columnas de opinión, que en vez de lucrar con los derivados de la uva merlot nos ofrece noticias sobre inseguridad, campo y corrupción estatal. Las empresas son, en esencia, en este país, extranjeras, por ser literalmente de otro país o por buscar beneficios de clase, de una clase que no se juzga argentina sino por una cuestión de tragedia histórica. Pero hasta las grandes marcas que alguna vez fueron nuestras, con orgullo, hoy ya no lo son. (Qué país raro este que alguna vez uno se podía vanagloriar de Aerolíneas Argentinas, sentirla propia, porque eran empresas propias, es decir del Estado, que somos todos, o empresas argentinas, pero con conciencia social, cooperativas, como Sancor. Qué raro.)
Las raras avenencias del destino –y la publicidad como eficaz formadora de pertenencia- lograron una rara modalidad de marca, la marca que es argentina, y machaza. Quilmes, Aerolíneas, YPF,
Para terminar quiero comentar un par de publicidades que vi en estos días. Las empresas argentinas identificadas con lo nuestro son tan grandes y buenas que usan sus superávits comerciales para comprar pauta en medios audiovisuales y darnos sanos consejos para que seamos una mejor sociedad. Desconozco si esto le permite desgravar impuestos, aunque no me extrañaría que mediante estas publicidad, que no son de la marca sino de sus Fundaciones Sociales, Nobles, ahorren plata. Pero vamos a ser confiados con estas empresas a las que le interesa el país, vamos a suponer que son tan grandes y buenas que nos dan un consejo, que quieren que seamos una mejor sociedad, que les preocupa no sólo el país, sino las gentes que lo habitamos, las personas. Una publicidad es de la brasileña Cervecería y Maltería Quilmes; la otra es de la españolísima YPF, Repsol. La primera es muy buena. Porque además están buenas de verdad algunas de las propagandas, en el sentido menos feliz del término. Un tachero pregunta si puede poner música a un parejita que se tomó unas copas, que vuelve a su casa de madrugada en taxi para no manejar, porque son re previsores. El tipo pone un temazo de Valeria Lynch y empieza a musitarlo y finalmente canta como un desaforado eso de qué ganas de no verte nunca más, qué ganas de cerrar este capítulo en mi vida, donde fuiste una aventura y nada más. La publicidad arriesga “peor sería volver manejando.” La otra, de YPF, es más institucional, aparece una ruta, con muchos árboles a los dos lados, muy de nuestra amada pampa húmeda y gaucha. Algarrobos, robles. Y en el medio de la ruta, desde el asfalto, de la nada, un árbol, un roble, un algarrobo. La de Quimes cierra con un “Si tomás, no manejes”; la de YPF epiloga “Si manejás, no tomes”. Nos dicen, ambas, “actúa bien, pero consumime a mí”, una detrás de otra, auspiciando el programa de Mariano Grondona, que dijo que Kirchner es un fascista intrademocrático, en Hora Clave, donde un diputado de la oposición, Fernando Iglesias, lo corrigió diciéndole que no, que era monárquico sin más. Ah, también estuvo Broda.
2 comentarios:
dado el color que elegiste para el blog, espero que no decidas soplarme el msn y meterle púrpura furioso!!!! saludos Natanis...
Gracias Nata por este análisis tan maravilloso! Mandalo a la columna de Página "Mitologías" de Sandra Russo!!!!
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