la luz de un fósforo fue nuestro amor pasajero

Uno crece, y va haciéndose más sabio. No es mi caso.

Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo; un instante cualquiera es más profundo y diverso que el mar.

Hace dos tres años no había Crítica, ni comentaristas de Perfil, ni foristas en La Nación -donde al menos se modera-.

Entonces no se encontraba, uno, yo, más que en algún correo de lectores suelto, alguna bravuconada en contra de la figura presidencial, que además no era mujer, sino Néstor, nuestro joven egghead –y siempre con la salvedad que en los correos de lectores de La Nación la clase alta atiende más el lirismo rocambolesco que el insulto-.

Entonces era medio complicado escuchar o leer a alguien insultar con creces al Gobierno. Aunque no eran insultos normales, la revista Cabildo, en ese momento, se me descubrió colgando de un hilo, con un broche sujetándola, en un kiosco de diarios, y me dio una impresión miguelarcapalesca. Término que acabo de inventar y que no significa bien nada. La compré, y hablé de ella acá y acá.

Después paso el tiempo y seguí hablando de Cabildo, acá, acá y acá, pero tras la prosa envalentonada de los foristas -sujetos desbocados, preferentes de mayúsculas y con una inclinación fatal hacia la falta de ortografía impensada- hoy me encontré con esta tapa de Cabildo, y, la verdad, me pareció simpática.

(…) es que Néstor Kirchner es un demente. No de aquellos que la psiquiatría convierte en atento objeto de estudio, la jurisprudencia en sujeto inimputable, las letras erásmicas en elogio y la cristiana caridad en objeto de misericordiosas atenciones. No; es el vulgar pirado, el majareta, maniático, trastornado, o perturbado fiero, ramplona pero certeramente llamado por el vulgo: loco de mierda.