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9.5.06

snooze


Sueño, suena, pienso, me duermo.

Sueño, suena, pienso, me duermo.

Sueño, suena, pienso, me duermo.

Hoy se me ocurrió que el snooze del despertador por la mañana funciona como un símil de un partido cronometrado de ajedrez entre mi inconciente y la realidad.

Los dos juegan sus fichas y aunque hincho subjetivamente por el inconciente, la realidad tiene más experiencia y gana la partida cada mañana.

27.9.05

snooze

Compré no hace mucho tiempo atrás un despertador digital. Lo describo: es un paralelepípedo cromado de 15 centímetros de largo, 4 de ancho y 9 de alto. En la superficie del plano superior del despertador está ese signo de nuestro tiempo: el snooze. Todas las mañanas lo pulso una o dos veces, por lo menos; no lo aprieto, lo pulso.

Por las noches me engaño, poniéndolo lejos.
Suena.
Me paro.
Apreto el snooze, rápido, porque su sonido es insoportable, como el de todos los despertadores del mundo.
Lo agarro y me acuesto y lo dejo cerca, casi insomne.

Después, le voy pulsando al tiempo cinco minutos de changüí.

(Snooze en castellano sería algo así como dormitar, darse una siestecita, descansar un cinco.)

Hoy me re colgué y lo puse al lado mío muy cerca. Lo apoyé en la cama. Le di al menos 6 veces, sugiriéndole: “Dejame terminar el sueño”, “dejame descansar un poco más”, “dejame vivir”, “¡dejame morir!”, en las sucesivas pulsadas.

En el anteúltimo pulsar me imaginé entre la vigilia y el sueño, en la fase hipnagógica, que estaba jugando un partido de ajedrez con uno de esos cronómetros de doble reloj que miden el tiempo. Pero con un solo reloj. Porque era yo contra el tiempo, no contra otro jugador: imposible ganar; el dueño del reloj es el tiempo, como quien es dueño de la pelota y quiere jugar de 9 y juega de 9.

Me dormí los últimos cinco minutos sabiendo que no conseguiría siquiera hacer tablas con Cronos: perdí y me vine a trabajar y llegué tarde.