23.7.08

La Margarita, Episodio Final

Episodios I, II, III y IV

En el capítulo anterior presagiaba que Otoño nos sumiría en una feliz melancolía final. Y bueno, llegó el otoño, parafraseando a Gelman, haciendo sus últimas señales, acostándose tranquilo bajo el oleaje de sus manos. De las manos de Margarita y de nuestro joven héroe de los lúmpenes: Mauricio. Recordemos que esta es la historia de un amor adolescente en la metrópoli montevideana de mediados de los 70’s. Recordemos que se vieron, se hablaron, se besaron, asumieron responsabilidades mutuas y unilaterales y, principalmente, se ilusionaron con un futuro único y compartido. En el medio pasaron bailes, tarde de lluvia, días de carnaval, orquestas de tango, trabajos en farmacias, conversaciones en un café y simpáticas humillaciones de la barra para nuestro enamorado en jefe. Durante 4 episodios repasamos las aventuras de este amor tan normal como excepcional de Mauricio y Margarita. Pero cuando todo parecía desembocar en ese sino de las películas hollywoodenses, quienes con sabiduría conocen desde donde y hasta donde contar una historia de amor, para dejar en la audiencia esa leve mueca de felicidad y la certeza de que será imposible llevar ese molde de relación a un vida habitual y urbana. La obra de Jaime Roos y Mauricio Rosencof tiene la genialidad de contar un poquito más, de dejarnos con la triste melancolía de que las cosas no fueron como esperamos, que ni Margarita es Julia Roberts ni Mauricio es Hugh Grant. Y que esto no es Nothing Hill sino El Cerro, Gil. Pero para que anticipar tanto si Otoño se toma el trabajo de decir esto mucho mejor que un dudoso juego de palabras. Última parte de la Margarita.

Dejamos a nuestra pareja con el primer atisbo de no future. Maga era la canción. Ella se iba en planteos de celebración marital, vestidos de novia y baterías de cocina. Él asentía cada propuesta con la involuntariedad propia del enamorado. Y dejaba picando la frase que con Otoño se resignifica: en Maga dice: Yo quise con ella cuanto quiso. Y podía ser feliz, querer con ella cuanto ella quisiera y que ella felizmente quisiera lo que Mauricio ansiaba. Pero dejamos a entrever que quizás ella no quería todo lo que él quisiera

Otoño

Aquella tarde de otoño era dorada, árboles y casas tras un tul amarillento. Las copas calmas, el cielo tenue, el sol más lento. Sus ojos sonreían, estaba enamorada. La música es un valsecito hermoso, colorido de bronce, de ocres, de oros. Hay un resplandor que no llega a calentar y entre los árboles pequeños haces de luz rompen con las copas y se proyectan hacía abajo como reflectores sin protagonista. Ella está bien enamorada, contenta y feliz con Mauricio. Las hojas muertas de los árboles tapizan el suelo en degradés que trasmiten paz y sabiduría. La película terminaría acá, con el rostro feliz de Margarita mientras que el farol garúa su primer aliento. Pero, no, intercambia unas palabras con Mauricio:

- ¡Dios mio!- dice- ¡Qué nunca pase nada!

- ¿Qué puede pasar? Nada. Nada va a pasar.

- No sé… Es que todo esto es tan hermoso.

Qué nunca pase nada. Qué nada pase. Es todo esto tan hermoso que es mejor que no pase nada. Porque cualquier cosa que pase probabilísticamente empeorará esta situación ilusoria perfecta. Es la perfección. Qué no pase nada. Mauricio se da cuenta y duda, y dice, retórico, qué puede pasar, y entra a cuestionarse y dudar más, nada, nada, nada va a pasar, no sé, no sé. El hombre absorto ante el amor y la belleza no puede decir más que nada y no sé. Siempre fue así. Es que todo esto es tan hermoso.

Sigue contando en primera persona: Nos besamos con miedo y volvimos a andar, pero tanto silencio se nos hizo penoso. Genial, se besaron para anular el efecto de la duda pero les salio un beso fingido, un tiro para el lado de la injusticia. Y volvieron a caminar, en silencio, y ese silencio se les volvió en contra: redimensionaron el miedo inicial, no ella, él, ella no sé, no sé, es que todo esto es tan hermoso. Entonces eligió hojitas secas para pisar y el juego volvió el dorado más luminoso. Ella actuó naturalmente y se alejó jugueteando con las hojitas, el sol, los reflejos. Él se quedó perplejo con su amor mirando a la Margarita como individuo, sola, hermosa.

Así termina la obra musical. Un coro de dudas interviniendo entre sí, qué nunca pase nada, no sé, qué puede pasar, nada, no sé, es que todo esto es insoportablemente hermoso.

La última canción es un epílogo al estilo clásico, se llama En la esquina. Vuelve el narrador desde su madurez, como en Kevin creciendo con amor, recordando. Sólo había aparecido en el prólogo. Vuelve para cerrar la historia y decirnos con palabras de este mundo que un gran amor nunca puede ser tan malo a pesar del sufrimiento, siempre un amor lo mejora a uno porque el aprendizaje radica en esa eternidad transitoria del momento recordado. Espero que les haya gustado, cerramos con Mauricio:

Que misteriosa brisa de la memoria

Refresca con el tiempo aquél amor

Qué misteriosa brisa del amor

Refresca con el tiempo mi memoria

Y no hay final para esta historia

Tierna, sencilla, de puro candor.

Estuvo y está en pleno verdor,

Viviendo su eternidad transitoria.

En el entrevisto atardecer dorado

Y en la hoja otoñal que crepita

En las calles de un barrio añorado

Con faroles que encienden la hora de la cita.

Y en esas veredas que camino confiado

Porque sé que en la esquina aguarda Margarita.

1 comentario:

ElRuso dijo...

Natanael,

Yo tambien admiro "la margarita".

Hace un par de meses lo fui a ver a Jaime a la trastienda en un espectaculo integro de no-hits, se mandó con media margarita, nunca lo habia escuchado en vivo, fue conmovedor.

Abrazo