18.4.08

La Margarita, Episodio I

Yo miraba llegar su silueta delgada / lánguido el braceo, el paso cansino / y se llenaba de duendes el camino (…) / Nadie vino a mi con más frescura / ni a nadie aguardé más anhelante (…) / Pero hay en su regreso tanta ternura / que aguardo y aguarda y vuelve palpitante.

No me puedo alejar mucho tiempo de un disco. Es uno de esos discos fundamentales, una de las obras más bellas con las que me topé en estos años de vida. Se llama La Margarita. Es una obra con música de Jaime Roos y letra del ex tupamaro y actual ministro de Cultura de la municipalidad de Montevideo, al parecer, el emérito, Mauricio, Ruso, Rosencof.

Es imprescindible para mí por la idea, que, en principio, se me hace nada original. Pero sí, sorprendentemente, lo es: no lo hizo nadie antes. ¡Y es una idea tan sencilla! La Margarita es una novelita de amor por entregas.

Discos conceptuales nos sobran, pero discos conceptuales de un amor, por entregas… (quizás haya más que no recuerdo, me pueden ayudar, y recomendar) sólo recuerdo Sí! de Julieta Venegas, que es posterior a este disco. La Margarita es además una historia de primer amor. Y cada canción es un mundito alrededor de un estadío de ese primer amor de Mauricio, que es, claro, Margarita, La Margarita. Y es un ejercicio de belleza, de una mirada tan tierna, de una síntesis tan virtuosa, de un cariño tan aún latente, que redundan en una obra de arte con pocos equivalentes.

Me voy a proponer analizar, amalgamando canciones, las estadíos de este amor, haciendo montones, perros con gatos, soles y estrellas, las canciones que mantienen una unidad afín. Así que este primer post abordará desde el momento que nuestro muchachito ve a Margarita por primera vez hasta que se le anima a sacarla a bailar, inofensivo, con aire de guarango. Él disco tiene 15 momentos. En esta primera etapa tomaremos hasta que el botija se emborracha porque a Margarita le encantó ese coso.

Veamos, el primer tema, El regreso, es Mauricio ya de grande, recordando, con las frases que acompañan el comienzo de este post. El autor en off recordando, emotivo y poético, lo que le pasaba por la respiración cuando la veía a Margarita, se llenaba de duendes el camino. Y nos pone en situación, Montevideo, tiempos viejos. Eran otros hombres más hombres los nuestros. Los muchachos de antes no usaban gomina.

Ya para el segundo tema, Encuentro, entra Jaime Roos a ponerle su voz, a cantar la historia. La vi una mañana cuando iba al almacen, la calle estaba llena de verano, empieza. Después cuenta que a la sien se le subió el vestidito, ¡tan liviano!, y que desde ese día, a esa misma hora, la esperó, vaya uno a saber cuántas veces. Fue como si le hubiera dado cita, ella a él. Es una canción sincopada, tierna y dulce. Ella lo registra pero no le habla. A veces lo miraba, con un no sé qué.

Se enteró que se llamaba Margarita y supo que estaba enamorado.

Pasamos al tema 3, Turbación, cuando entra a jugar la muchachada, la mirada del Otro. Está nuestro enamorado, su enamorada, miradas cómplices, vergüenza adolescente. En turbación entran los amigos a ocupar su espacio, a intimidar y/o a apoyar al héroe, según les venga en ganas a la turba. En este caso, la barra respetuosa se hacía a un lado cuando ella pasaba y Margarita saludaba lo más fina. Corro el riesgo de trascribir toda la canción, y quizás lo haga, pero dice que no se debía por ley piropear a una vecina y además, Margarita, era un ser alado. Dejaba en el aire tal perturbación que nadie decía nada, Nobody told me nada, y, como adolescentes salvajes, cualquier motivo les daba la ocasión para cagarse a trompadas, ahí nomás.

Después llega La mirada. Los primeros temas fueron para ponernos en situación, la música, como en las buenas comedias musicales, se destacan en una, dos, tres canciones. En las otras, las demás, se acompaña la letra, se agrega algún matiz, pero sólo sirven a fin de que la historia fluya, porque lo importante es la historia. La mirada es uno de esos temas con fuerza propia. Jaime llama a sus viejos amigos del coro y se mandan un candombe de aquellos. Nos pinta un tablado, un día de carnaval, la metafísica del barrio, el esfuerzo de los que le ponen el hombro a la comparsa, con dos o tres frases nos da un marco del barrio. Y aparece Margarita, que como él la miraba, ella se hacía la difícil, pero poco importa, porque la indiferencia, se sabe, la hacía más bonita. Pero al irse, al descuido, Margarita le dejó una miradita, y los cachetes colorados: ¡ella también lo amaba!, se piensa el muchacho. Mientras lucía el barrio con orgullo su tablado, en la esquina, que era una, única. La esquina, el mundo y sus infinitas posibilidades. La Margarita y nuestro pequeño nene hermoso.

Ahora aparece Sandía, canción que en un derroche de originalidad le da una pincelada más al escenario del suceso amoroso. Aparece un personaje secundario, que se adueña de una canción para darle un marco al juego del amor trascendente. El vendedor se despachaba con su canto universal de barata la sándia y, ellos, como que se cohibían. No habían siquiera conversado una vez, y eran tan tiernos que ni mirarse podían, usaban el objeto como conductor del discurso: Entonces para que nadie sospechara nada de que cruzábamos miradas las dirigíamos sugestivas a las sandías, explica.

Pero sin conflicto no hay historia y sin un tercero en discordia no hay novela, así que pasemos a la última canción que tocaré en este primer pasaje de La Margarita.

Indiferencia, una pianola nos avisa de que llegó al pueblo, con un portafolio bajo el brazo, un tipo elegante, que a Margarita le gustó, y el descubrió lo qué es el desamor, así que se fue al boliche, amargado y caviloso, y le pidió al Tincho una caña habanera, que lo puso lacrimoso. Acá vamos a detenernos en la frase final que la música acompaña con swing y silbidos que le quitan tragedia, la relativizan. “Me reí fuerte, para que ella me oyera.” Qué sabiduría rescatar ese gesto. Cuando se es adolescente, y de más grande también, para qué negarlo, cuando no te animás a hablarle a una mina que te gusta se recurre al viejo y querido llamado de atención vergonzoso de reirse fuerte, para que ella al menos nos registre, que al menos sienta pena por nosotros. Creemos que ella, al darse cuenta, dejará de mirar al tipo elegante, ese coso al que la mina le gustó tanto. No funciona. Siempre hay que recordarlo.

En la próxima entrega nuestro muchacho le hablará a Margarita por primera vez, así que no se pierdan la etapa del descubrimiento.

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