24.4.08

La Margarita, Episodio II

Pasó sin gloria y con mucha pena el primer episodio de la serie La Margarita, disco-novela, por entregas, que relata la historia de un amor, como si hubo otros iguales, de a montones, en occidente. Porque el amor iniciático de Mauricio y Margarita no tiene ribetes distintivos sino más bien todo lo contrario, y en esa simpleza encuentra la mejor forma, y en esa universalidad encuentra su principal virtud, la empatía.

Resumen de un conjunto de capítulos anteriores: un día paveando nuestro amigo Mauricio vio a la más linda chica que había visto hasta ese entonces y se enamoró. Pero era tan chico, inexperto y tímido que se tomó un montón de tiempo en buscar una forma verbal de comunicárselo. ¡Pasaron 6 canciones sin hablarse! Eso sí, se miraron mucho.

Ahora empieza la acción. En dos o tres canciones sucede más que en toda la presentación, porque estos chicos rompen el hielo, y pasan.

Conversación. Habíamos dejado a nuestro pequeño enamorado con el corazón roto un poco ebrio en la barra del Tincho, a pura caña habanera, riendo fuerte para que Margarita lo oyera, porque le había gustado un coso, que llegó de portafolio bajo el brazo. Imaginamos que hubo un tiempo en el medio, pasaron algunos meses, antes de cruzársela en una matinée bailable del club Cuyutí, en una velada familiar. Ni bien la vio, para hacerse el recontra capo, se puso a fumar un cigarrillo, para mandarse la parte. Un Nevada, un Fiesta. Y ella impresionada tuvo que admirar al hombre superado de las cosas mundanas. En ese antemundo, que es el mundo de los padres, en los bailes pululaban los cabezazos y las madres vigías. Él, ya más seguro de sí mismo, escudado en su investidura de hombre mayor, de guarango, con una leve seña, la invitó, gestualmente respetuoso, “¿Quiere bailar?” Ella, endomingada, tuvo que aceptar su cancha. La tía, que patrullaba un montón de nenas, lo ve inofensivo y le dice a Margarita “andá nomás”. Entonces le habló, bailando un tango. Le habló por primera vez. ¿Qué le gusta más? ¿La típica o la jazz? Acá tenemos dos o tres cosas para analizar, lo anacrónico de que dos pibes se traten de usted. Vuelve el antemundo con todo. Pero también todo lo que se desprende de la pregunta en sí. Dos niños jugando a hacerse los grandes, él preguntándole qué tipo de orquesta de tango disfruta bailar, sí la típica o la jazz. Mientras tanto la canción se transforma en un vals y los imaginamos, en ronda, tomados por una cámara grúa, que amplia el campo, perdiéndose, entre muchas parejas iguales, vestidos más o menos parecidos, bailar atildados como adjetivos esdrújulos este tanguito valseado. Y vuelve la pregunta, ¿la típica o la jazz? Chan chan.

Llegamos a El Beso. Vemos como los nombres de las canciones son los estadíos clásicos de este amor bastante universal. Nos trasladamos al escenario del primer beso, también suponemos que en el medio sucedieron algunas cosas menores que no merecían decirse en canción. Entra a lucirse la figura de Albita, la amiga, que iba a oficiar de campana para cuando no haya gente que circunde el baldío abandonado. Mucha ternura me figura la figura de Alba. Ante la quietud, mediante un “ahora”, nuestros noviecitos, toda la liturgia junta, van a darle rienda suelta a ese primer beso. Mientras tanto, Albita, en la esquina, emocionada de audacia, desfalleciente, la voz precipitada, grita, les dice, “¡Ahora!”. Y se dejaron en sus labios un beso aún latente –latente 50 años después, recordemos que Mauricio evoca este amor desde el principio, que ya sabemos primero e inigualable-. Fue un atardecer, en el día señalado, y así consumó la primara nostalgia de enamorado, en esta canción con piano, verdulera y percusión mínima, en clave canzonetta napolitana midtempo.

Fama, para terminar este episodio II, nos trae de vuelta la barra, los muchachos del Tuyutí. Otra vez la mirada del Otro, pero desde el otro lado, antes eran competencia, hoy irónicos cómplices. Margarita guardaba Tapas Cancioneras porque traían fotos de Robert Mitchum, y ella decía que se parecía a él. Y él se temía que se entere la muchachada porque lo iban a cargar la vida entera. Fue en verano y en la heladería. Estaba sentado junto a Margarita y en eso se le acercan todos los vagos en hilera, el Tito, foto en mano, le dice Robert Mitchum, ¿me la firma? Y le da la lapicera.

En estos días que vienen todo el viento del mundo soplará en su dirección corrigiendo la cola de la osa mayor y otras estrellas menores del firmamento. Se aproxima así el subconjunto de canciones de la burbuja del amor perfecto. Hasta entonces.

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