Dejamos a nuestra parejita de novios viendo llover en una calle desierta, imaginando que ese espectáculo era sólo para ellos, tal su estado de gracia, y su metejón, y los dejamos, además, después, en otra canción, un poquito más crecidos, ya universitarios, a
Golondrinas, la canción que nos ocupa ahora en la obra de Jaime Roos y Mauricio Rosencof llamada
Acá recapitulemos un poco más atrás, en Conversación les comenté que ellos bailaron y conversaron como si no fuesen unos botijas, impostando una madurez que ellos no tenían, ni como modelo en sus familias. En Golondrinas esa insinuación se dice con todas las letras. Hablan como mayores del futuro, sin apuro, porque el futuro es enorme así que ¿pa’ qué apurar? Entonces se ponían a elucubrar una vida compartida, acto seguido, como mayores, ese futuro. Todo era diáfano, fácil, seguro. No hay nada más fácil que pergeñar un futuro junto a una pareja en los primeros meses de un amor. Y mientras Margarita deba rienda suelta a su ensoñación romántica, poética y pura, llegaba el mozo, “¿Y qué van a tomar?”.
Ellos lo miraban de coté, con el desdén de los soñadores. Esa sensación, de cómplicidad, de “pobrecito, no se da cuanta de lo importante que es nuestro amor, dejalo”. El mozo, por su parte, con cara de “sabés las parejas que vi así como ustedes, ¿querés que te cuente cómo terminaron”, la servilleta en el brazo izquierdo, el repasador en la mano hábil, un poco frustrado, sin querer estar en ese bar y sin tener un lugar mejor adónde ir. “Yo un té”, apenas murmurado, dice Mauricio que murmuró para sacarse, ofuscado, de encima, al mozo inoportuno. Margarita volvía a colgar cortinas de colores. Y en la pared de un patio sombreado golondrinas de yeso y otros primores. Él embelesado mirándola con el mentón sobre las dos palmas en V, los codos en la mesa, en un bar, los ojitos brillantes, en ella, que un poco ensimismada adorna, vehementemente, casi aún, la casa de los días por venir.
En Maga se continúa esa tesitura, algo más cotidiana, en otro escenario, frente al mar. Margarita se reclinaba en su espalda y dorada y adormilada comenzaba a divagar. Un tanguito suave, algo melancólico ya, nos alerta sobre algo incompleto, trunco. Ella, por su parte, monologaba sobre su ajuar de su casamiento: traje de novia, batería esmaltada. Y cuando en su inventario no faltaba nada suspiraba un “ya nos podemos casar”.
Yo quise con ella cuanto quiso, cerrará un poco más adelante en esa antepenúltima canción, mientras un acordeón triste va tiñendo con toda una gama de ocres esta historia de amor, como un presagio. Pero Mauricio, dice que más que a esa tierna fantasía amó a
Él quiso con ella cuanto quiso. Antes de que Otoño nos suma en una feliz melancolía final, en el último episodio de
Mauricio quiso con Margarita cuanto Margarita quiso.
Y parece que Margarita no quiso mucho más.
2 comentarios:
Perdón que comente esto aquí, pero estoy asombrada con la prolijidad de los porcentajes de la encuesta en este mismísimo momento: Alcoyana, Alcoyana. Propongo que la cierres en este instante, como perfecta muestra sincrónica de la sociedad lectoril-comentadoril. Para resolver el entuerto con afán de democracia semi-directa propongo una segunda vuelta electoral para los dos primeros, por no haber alcanzado ninguno el cupo de 45% (como buen blog peronista que se precie). He dicho. Saludos...
Te paso le ley electoral del nombre del blog porque quizás no estuviste atenta.
La legislación electoral decretada ahora mismo entrona “nombre” en primera vuelta cuando consigue un 30 por ciento del electorado más 1, o más de 10 puntos respecto al inmediato perseguidor.
Hay que ser respetuoso de la ley.
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