12.5.08

La Margarita, Episodio III

Recapitulemos la historia de amor tierna, sencilla, de puro candor entre Mauricio y La Margarita. En el post anterior nuestros jóvenes aprendices de amantes besáronse en el baldío abandonado posteriormente a la advertencia de la Albita, que libró con éxito el rol prominente de campana. Y , un beso antes todavía, pisando el mundo corrigiendo la noche, habíamos repasado las desventuras que se tejieron, los acontecimientos que permitieron ese beso que selló ese amor, y que sigue aún latente para uno de los dos, al menos; para el que lo cuenta, el narrador.

Habíamos prometido la instancia del amor perfecto, el esplendor del cariño más inocente, el primero, el adolescente. Qué nos deparará La Margarita, veamos…

Comentaban una película que acababan de ver en una calle cualquiera del Montevideo anterior cuando los pescó un chaparrón. Riendo y de la mano tuvieron que correr hasta quedarse quitecitos ambos en un portón. No es menor este momento en el que nos encontramos, están en lo mejor del amor, al decir de un cantante popular, apenas descubriéndose, felices y enamorados. Los pesca el chaparrón riendo y de la mano, el portón detrás, de frente hacia la calle, desierta. Esa falta de literal movilidad social también los pescó, no como un chaparrón, ante una certeza: no había nada más, eran ellos, y todo lo demás no también. Estaban sin saberlo entonces habitando el espacio del amor más prístino.

¿Cuánto hace que estamos mirándonos a los ojos?

Según mi reloj, una jornada laboral y dos horas extras no remunerativas.

La calle desierta nos dio la sensación de que solo nosotros veíamos llover, dice el poeta. Muy bien 10 por el poeta. La ausencia real (y la ausencia virtual) de seres les hizo creer, sentir, mejor dicho, que ellos solos veían llover. En sus cabezas ese espectáculo desigual de la lluvia era de repente un acontecimiento ejecutado para ellos solitos. Después agrega: el universo sin pájaros, vacío, por hacer. En la cumbre del amor posible, y no tanto, nuestros jóvenes maravillosos se piensan tan optimistas de sí que hasta pueden poblar nuestro universo vacío al calor de sus decisiones unilaterales, pueden crear un mundo, y dárnoslo después, tal su arrojo atrevido. Como una revolución socialista sin un solo tiro, como una utopía realizable. Y entonces callaron. Cuando la lluvia paró, volvieron a andar, la tarde oscurecía desolada, cuadras y cuadras sin poder hablar. No se podían separar, claro, porque fuera de ellos no existía nada. Si ellos eran El Mundo, ya que en el mundo no había más que ellos, cómo podían separarse, su separación generaría un Apocalipsis secular y chiquitito. Esa canción se llama Lluvia, cuándo no, dando en la síntesis este muchacho Rosencof.

Acá viene mi canción favorita del disco. Nocturno, con ese título tan girondiano, tan cosmopolita de los años 60, tan tanguero, tan austral.

Crecieron.

Crecimos. Ella [la Margarita] empezó a trabajar en una farmacia de Colón. Otra vez el ejercicio solidario de situarse en el lugar del otro. No sin antes celebrar nuevamente el poder del cronista, ese que le permite aglutinar con una frase todo un conjunto de significantes. Mauricio en una frase nos cuenta que pasaron unos años de amor inocente, que las obligaciones empezaron a mellar la relación, que ya empezaron algunas primeras fisuras menores –todavía negadas-, que las pequeñas obligaciones ya empezaron a distraer eso tan importante que es el amor compartido. Todo eso con una frase sencilla: crecimos. Porque crecimos no es una palabra, es una frase, un cuento corto, una novelita ágil; no es una palabra, no. Pero además nos sitúa en una farmacia, y además, nos mete una especificidad geográfica, la calle Colón. Yo sin conocer Montevideo casi nada me imagino la escena por completo. Sigamos. Cuenta que ella salía a la 7 de la tarde y, de vez en cuando, preparaba sus urgencias y la iba a buscar. Él, embobado como madre, se pasaba en la vidriera para verla despachar. Que lo diga Mauricio: Ineludible rubia de blanco almidón y eran tales sus gracias y mi metejón que no había caso y me ponía a fumar.

Aa Oo Oo Uuu Uuuu…

Se bajaban del bondi, cuenta también, en la otra parada de la que debían, para ganarse unas cuadras para caminar, y mirando bien atentos que nadie viera nada se iban a buscar un racimo de sombras para que ella se limpiara la boquita pintada y que aquello sea una de besar y besar.

Aa Oo Oo Uuu Uuuu…

Los dejamos ahí por ahora, shh!

1 comentario:

La niña santa dijo...

Aaahhh! Ahora me entusiasmé y quiero ver cómo sigue! ;)
Yo soy de las que leyeron el capítulo I y II pero recién en el III entiende de qué se trata la obra, y comenta en consecuencia.
Adiosín