23.12.11
sabía sumar y sabía restar, y no mentía
Los que lo conocían desde hacía mucho tiempo le decían El Gordo; ElGordoHeyn, así, todo junto. Son los que lo vieron aguantando en el 2001, presidiendo la FUBA, o, incluso, asumiendo en la Secretaría de Industria. Yo lo conocí tiempo después, ya flaco. Tan flaco que el apodo gordo me parecía un oxímoron, una joda de esas que no terminás de entender pero aceptás porque suponés que te perdiste de algo. Además era más flaco que yo y decirle gordo me parecía romper una barrera de confianza. Siempre le dije Iván. Es un lindo nombre además Iván. Iván Heyn. Tenía un gran nombre, Iván.
Lo conocí en las reuniones de Ni a palos, gracias a Patucho y a Franco, que me convocaron a escribir en ese suplemento que saldría de una semana para otra con el diario Miradas al Sur. Míticas reuniones de viernes a la tarde. Corrían los días de fines de 125. Éramos pocos, me convocaron por este blog, hacía la parte de cultura del suplemento. No sé por qué me llamaron y menos entiendo porque confiaron en mí, porque me escuchaban y todo, y yo no tenía militancia, ni un currículum digno, ni un objetivo realizado. Pero lo hicieron. Y estaré eternamente agradecido. Iván se encargaba de hacer la sección Economía en Ni a palos. En su primera columna citó esa frase de Scalabrini Ortiz que lo pinta de cuerpo entero, que marcó su vida. Iván era un tipo que disfrutaba de divulgar conocimientos económicos. A veces de coyuntura, a veces de largo plazo. Siempre claro y convincente. La hacía tan fácil que sus colegas lo deberían haber odiado muchísimo. Tanto matarse para estudiar y aprender cosas para que la explicación sea tan sencilla. Sabía sumar y sabía restar, y no mentía.
Nunca fue mi amigo pero lo quería mucho a Iván, y él también creo que me quería. Lo recuerdo con una sonrisa que no le entraba en la boca. Siempre alegre, siempre pasional, siempre pedagógico y vehemente. Le gustaba hablar y le gustaba que lo escuchen. Un recuerdo más que frecuente en las milongas que seguían a la reunión de redacción de los viernes en Parque Patricios era Iván amuchando con las dos manos, abrazando, un grupito de personas, enseñándoles algo. La misma dinámica de capitán de equipo de fútbol, en círculo, por sobre la música, gritando que había que inundar el mercado de divisas para frenar el aumento del dólar, que por eso el Banco Central no puede ser independiente del poder político, o cualquier otra cosa.
También sabía de política y era un lector ávido. Era culto y era inteligente para manejar esa cultura, que era popular y era erudita. Podía hablar de lo que sabía con conocimiento y pasión pero podía también hablar de lo que no se suponía que sabía con las mismas herramientas discursivas; seductor y persuasivo.
Era el más inorgánico de la orga, incómodo, molesto, siempre hacía lo que se le cantaba el culo. A mí me parecía maravilloso eso. No consultaba nada, hacía. Después lo retaban, y a él mucho no le importaba. Hacía un programa de radio en América con Romina Calderaro, muy bueno. Tenía talento para la comunicación. Pensaba el mundo desde otros lugares, siempre era creativo y original en el abordamiento de las problemáticas.
No tenía comisarios políticos ni era hijo de, todo se lo hizo sólo, su nombre y su reputación.
Tenía 34 años y no tenía techo.
Era el mejor para comunicar en los sets televisivos, desembarcaba y animaba como si ese fuese su hábitat natural. Nació coachado. Convincente y accesible, simpático, carismático e histriónico, eso lo vieron todos, fue su faceta más pública.
Este 2011 lo vi pocas veces, la última fue en la Plaza de la Victoria de Cristina, estaba sonriente como siempre, traspirado, cantando, abrazando. ¡Qué última vez la vida eligió que lo vea!
Es parte de una generación de pibes que es atacada sin razón desde los medios, exageradamente, y por parte de la sociedad civil, también, ese núcleo de chicos y chicas que son La Cámpora. Entre otras cosas soy kirchnerista por gente como Iván, si con todo lo que sabe este pibe es kirchnerista y de verdad y desde las convicciones más íntimas, no podés ser otra cosa que kirchnerista. Si conociste a Iván y no te hiciste kirchnerista, sos un garca.
Cuando pensamos en hacer Kirchnerismo para Armar con Ernesto y Andrés una de las variables que manejamos es que no hubiera funcionarios públicos entre los colaboradores. La excepción fue Iván Heyn. Porque era imprescindible que sea él. Colaboró con el libro, vino a la presentación, y estaba contento de participar.
Una vez dijo de si se hubiera dedicado a la actividad privada tendría un mejor pasar, tendría más guita, sería millonario, digo yo. Era un servidor público, ponía lo colectivo por encima de lo individual, no le interesaba nada su propia realización. Desde muy chico se le había dado por la política y había asumido cargos importantes de gestión, le toco crecer junto a un proceso político en el que confiaba, por lo que no se podía permitir la deshonra de llenarse de guita.
Se iba caminando todos los días desde su modesta casa en Constitución a la silla de presidente de la Corporación Puerto Madero.
Juro que no estoy exagerando a partir de su muerte (escribo muerte y no lo puedo entender), todas estas virtudes le pertenecían. Cualquiera que lo haya conocido puede rubricarlo, incluso los militantes de otras fuerzas políticas. A Iván lo querían hasta los troscos.
Podría haber llegado a ser Presidente de la Argentina, sin lugar a dudas.
No sé si era el mejor de los nuestros, pero se le parecía bastante.
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2 comentarios:
Excelente post, definitivamente sabes lo que dices.
si, evidentemente la paja no sabia hacersela...
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