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Estuvo invitada ayer Adriana Varela a RSM y contó cosas muy bonitas, y precisó que sus tangos favoritos son los reos, los tumberos, los marginales. Hace poco esbocé una pequeña máxima sobre las mujeres que fuman cigarrillos negros: dije que las mujeres que fuman cigarrillos negros son jodidas, difíciles y un poco misteriosas, pero que son minas de fiarse, son buenas minas las minas que fuman cigarrillos negros, son inteligentes, despreocupadas y cínicas. Llegamos a la conclusión con Marie que Patty y Selma Bouvier fuman cigarrillos negros, aunque nunca lo hayan dicho. También creo que Adriana Varela tiene que fumar cigarrillos negros, si es que fuma o alguna vez fumó. Contó que su tango preferido es Como abrazao a un rencor y que uno de sus poetas favoritos de la lengua popular ciudadana es Homero Expósito. A Homero Expósito yo lo quiero bocha, una vez escribí un pequeño sucundrum de su vida. Adriana contó que Maquillaje lo escribió a los 13 años, increíble. También contó que Afiches data de sus 17 tormentas de Santa Rosa. Murió joven, menos mal que empezó temprano: quizás sabría de su sino fatal y le robó años al calendario de la lucidez. Mi tango preferido también es de Homero Expósito, es un tango kirchnerista, es un tango esperanzado, es un tango raro. Se llama El Milagro. Una vez escribí otro sucundum sobre esto, que dejo a continuación para vuestro conocimiento.
Todas las canciones terminan por ser tristes, por ser la banda sonora de algo que has perdido, resume el escritor y poeta madrileño Benjamín Prado y, de paso, arranca con estiletazo de esgrimista uno de los capítulos de Raro, novela que debiera ser iniciática si los jóvenes en verdad leyeran algo por estos días.
Lo cierto es que allende Morrisey, el tango sigue siendo el género de canción triste por antonomasia. Con su olvido gris tras alcohol. Sus pebetas de pelo cortado como se usa y teñidos color champán, que son apenas embrión de carne cansada. Y, claro, su especial encanto, aquellos héroes enamorados a destiempo, que tratan mal a sus parejas cuando debieran amarlas e intentan volver el tiempo atrás cuando andan paseando en auto con un bacán.
Lo significativo de El Milagro, gema de Homero Expósito de 1946, es que es optimista. Y ante esta novedad uno no puede menos que temer y pensar cómo va a ser de triste ese tango cuando finalmente se vuelva triste; al decir de Benjamín, cuando termine siendo la música incidental de tu propia road movie. La respuesta, en voz de Homero: de ese país ya no se vuelve ni con el yuyo verde del perdón.
Adriana Varela incluye ese tema en su repertorio y, a sabiendas de su pericia para elegir dentro de la amplísima oferta que la música ciudadana ofrece, es de suponer que no debe desconocer la verdad imprecisa del milagroso tango en cuestión. Porque, como mínimo, habrá que cederle a El Milagro la habilidad de ser un tango raro: el protagonista está más cerca de ser un negador de esa tristeza que lleva intrínseca el amor perdido -con convicción cuasi cursi- que de ser el prototípico narciso-masoquista que disfruta regodeándose en el dolor de un amor no correspondido (con más o menos talento, según el caso). Ante cualquier duda, consulte la becqueriana frase Y hoy he visto que en los árboles hay nidos y noté que en mi ventana hay un clavel.
Homero, una vez superado el dolor de la despedida, se ilusiona y nos regala el primer tango-pop de la historia. (Después vendrá a aumentar y corregir su legado Horacio Ferrer con sus gallitos de riña y sus augures, pero eso es otro tema.) ¿Y quién sino él dejó el clavel para después descubrirlo con alegría en la ventana? El tanguero metrosexual se nos descubre absorto disfrutando las delicias sencillas de la vida. No lo dijo, porque el formato tango-canción no permite letanías, pero seguramente por esa época se iba y se venia de Campana a la capital a por especias de alguna isla asiática desaparecida por un tsunami, más de una vela aromática y artículos de diseño para su cuartito de soltero en Tucumán y Maipú.
No nos olvidemos que es un tango, por lo que tampoco El Milagro vendría a ser una celebración de la esperanza. Pero ya fue expuesto que ninguna canción tiene esa cualidad de ser sempiternamente jocosa; por más que uno vai ralando na boquinha da garrafa, esa garrafa finalmente contendrá un licor, que sorbido a la luz tenue e implacable de lo que perdiste se trastocará en trago amargo.
De cualquier manera es notoria la alegría ilusionada de un Homero impostado de felicidad. Primero nos pone en situación reconociendo que, como todos, los errores del pasado lo habían suicidado; que sintió latir un amor como late en la muñeca su reloj; y que gritó lo terrible del olvido, sin razón; que anduvo -sin la gracia de otro beso, ni la suerte de otro error- sin aurora, suicidado, pero ahora, -porque Dios sabe el pasado-, por milagro, regresó, cuenta.
¿Qué cosa?
¡El amor!
Al final nos aconseja que no seamos desconfiados, que hay que darse al amor, como ayer.
¿Por qué?
Porque amar es vivir otra vez.
Qué tango raro.
Estuvo invitada ayer Adriana Varela a RSM y contó cosas muy bonitas, y precisó que sus tangos favoritos son los reos, los tumberos, los marginales. Hace poco esbocé una pequeña máxima sobre las mujeres que fuman cigarrillos negros: dije que las mujeres que fuman cigarrillos negros son jodidas, difíciles y un poco misteriosas, pero que son minas de fiarse, son buenas minas las minas que fuman cigarrillos negros, son inteligentes, despreocupadas y cínicas. Llegamos a la conclusión con Marie que Patty y Selma Bouvier fuman cigarrillos negros, aunque nunca lo hayan dicho. También creo que Adriana Varela tiene que fumar cigarrillos negros, si es que fuma o alguna vez fumó. Contó que su tango preferido es Como abrazao a un rencor y que uno de sus poetas favoritos de la lengua popular ciudadana es Homero Expósito. A Homero Expósito yo lo quiero bocha, una vez escribí un pequeño sucundrum de su vida. Adriana contó que Maquillaje lo escribió a los 13 años, increíble. También contó que Afiches data de sus 17 tormentas de Santa Rosa. Murió joven, menos mal que empezó temprano: quizás sabría de su sino fatal y le robó años al calendario de la lucidez. Mi tango preferido también es de Homero Expósito, es un tango kirchnerista, es un tango esperanzado, es un tango raro. Se llama El Milagro. Una vez escribí otro sucundum sobre esto, que dejo a continuación para vuestro conocimiento.
Todas las canciones terminan por ser tristes, por ser la banda sonora de algo que has perdido, resume el escritor y poeta madrileño Benjamín Prado y, de paso, arranca con estiletazo de esgrimista uno de los capítulos de Raro, novela que debiera ser iniciática si los jóvenes en verdad leyeran algo por estos días.
Lo cierto es que allende Morrisey, el tango sigue siendo el género de canción triste por antonomasia. Con su olvido gris tras alcohol. Sus pebetas de pelo cortado como se usa y teñidos color champán, que son apenas embrión de carne cansada. Y, claro, su especial encanto, aquellos héroes enamorados a destiempo, que tratan mal a sus parejas cuando debieran amarlas e intentan volver el tiempo atrás cuando andan paseando en auto con un bacán.
Lo significativo de El Milagro, gema de Homero Expósito de 1946, es que es optimista. Y ante esta novedad uno no puede menos que temer y pensar cómo va a ser de triste ese tango cuando finalmente se vuelva triste; al decir de Benjamín, cuando termine siendo la música incidental de tu propia road movie. La respuesta, en voz de Homero: de ese país ya no se vuelve ni con el yuyo verde del perdón.
Adriana Varela incluye ese tema en su repertorio y, a sabiendas de su pericia para elegir dentro de la amplísima oferta que la música ciudadana ofrece, es de suponer que no debe desconocer la verdad imprecisa del milagroso tango en cuestión. Porque, como mínimo, habrá que cederle a El Milagro la habilidad de ser un tango raro: el protagonista está más cerca de ser un negador de esa tristeza que lleva intrínseca el amor perdido -con convicción cuasi cursi- que de ser el prototípico narciso-masoquista que disfruta regodeándose en el dolor de un amor no correspondido (con más o menos talento, según el caso). Ante cualquier duda, consulte la becqueriana frase Y hoy he visto que en los árboles hay nidos y noté que en mi ventana hay un clavel.
Homero, una vez superado el dolor de la despedida, se ilusiona y nos regala el primer tango-pop de la historia. (Después vendrá a aumentar y corregir su legado Horacio Ferrer con sus gallitos de riña y sus augures, pero eso es otro tema.) ¿Y quién sino él dejó el clavel para después descubrirlo con alegría en la ventana? El tanguero metrosexual se nos descubre absorto disfrutando las delicias sencillas de la vida. No lo dijo, porque el formato tango-canción no permite letanías, pero seguramente por esa época se iba y se venia de Campana a la capital a por especias de alguna isla asiática desaparecida por un tsunami, más de una vela aromática y artículos de diseño para su cuartito de soltero en Tucumán y Maipú.
No nos olvidemos que es un tango, por lo que tampoco El Milagro vendría a ser una celebración de la esperanza. Pero ya fue expuesto que ninguna canción tiene esa cualidad de ser sempiternamente jocosa; por más que uno vai ralando na boquinha da garrafa, esa garrafa finalmente contendrá un licor, que sorbido a la luz tenue e implacable de lo que perdiste se trastocará en trago amargo.
De cualquier manera es notoria la alegría ilusionada de un Homero impostado de felicidad. Primero nos pone en situación reconociendo que, como todos, los errores del pasado lo habían suicidado; que sintió latir un amor como late en la muñeca su reloj; y que gritó lo terrible del olvido, sin razón; que anduvo -sin la gracia de otro beso, ni la suerte de otro error- sin aurora, suicidado, pero ahora, -porque Dios sabe el pasado-, por milagro, regresó, cuenta.
¿Qué cosa?
¡El amor!
Al final nos aconseja que no seamos desconfiados, que hay que darse al amor, como ayer.
¿Por qué?
Porque amar es vivir otra vez.
Qué tango raro.
1 comentario:
Y como puedo yo opinar si vos no me pones un link al mp3 de El Milagro?
Flojo, Natan, flojo.
Beso!
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