El apellido Expósito, se sabe, era usado en Buenos Aires en el siglo XIX para nominar a los niños sin padres criados en el hogar de huérfanos conocido como la "Casa de Niños Expósitos", que estaba en la calle Montes de Oca, Barracas.
La persona que nos ocupa, que es considerado el mayor poeta del tango, Homero Expósito, no tuvo esa adversidad; sí su padre, don Manuel.
Homero ve el mundo con ojos cínicos y descreídos por primera vez un día de noviembre de 1918, el 5, en Campana, Buenos Aires. Don Manuel ya se había tomado el afán de posicionarse socialmente, hacerse de abajo, ser reconocido en el pueblo y consolidar una posición económica que le permitió salir a su progenie del incierto destino de autodidactismo. El joven Homero fue un excelente alumno inclinado hacia las ciencias sociales. Una vez finalizado con honores el secundario, el Mimo inició la carrera de Filosofía y Letras en la UBA. No la terminó, pero le sirvió para vislumbrar lo que sería su ineludible destino: poeta y letrista de tangos.
Con su hermano menor, Virgilio, firmó un centenar de canciones ciudadanas; más las que registró en solitario y grabó con las más disímiles orquestas de entonces, que fueron otras decenas. Enumerar sus tangos es minimizarnos a nosotros: Afiches, El milagro, Maquillaje, Chau… ¡no va más!, Naranjo en flor, Pedacito de cielo, ¡Qué me van a hablar de amor!, Trenzas, Tristeza de la calle Corrientes o Yuyo verde, hacen ese trabajo de insignificarnos demasiado bien.
De manera infructuosa intentó seguir inmiscuido en cuestiones comerciales, tal el mandato paterno: dos restoranes tuvo que cerrar (en Zárate y Mar del Plata) porque iban más amigos a pichulearle las cuentas que clientes a pagarlas.
Tuvo durante un tiempo un cargo jerárquico –tesorero- en Sadaic pero tras algunas discusiones con los atiliostampones de aquella época, Homero se retiró de la administración y recorrió Europa; la meta era París, como la de casi todos los tangueros.
“El milagro” data de 1946; es uno de mis tangos favoritos porque tiene zozobra de optimismo sin dejar de ser un tango.
Nos habían suicidado / los errores del pasado, / corazón... / y latías -rama seca- / como late en la muñeca / mi reloj. // Y gritábamos unidos / lo terrible del olvido sin razón, / con la muda voz del yeso, / sin la gracia de otro beso / ni la suerte de otro error. / Y anduvimos sin auroras / suicidados... pero ahora, / por milagro, regreso. // Y otra vez, corazón, te han herido... / Pero amar es vivir otra vez. / Y hoy he visto que en los árboles hay nidos / y noté que en mi ventana hay un clavel. / ¡Para qué recordar las tristezas! / ¡Presentir y dudar, para qué! / Si es amor, corazón, y regresa, / hay que darse el amor como ayer. // Sabes bien que mi locura / fue quererla sin mesura / ni control. / Y si al fin ella deseara / que te mate, te matara, / corazón. / Para qué gritar ahora / que la duda me devora. / ¡Para qué, / si la tengo aquí a mi lado / y la quiero demasiado, / demasiado más que ayer! / Hoy nos ha resucitado / porque Dios sabe el pasado / y el milagro pudo ser.
Versión de Adriana Varela de El milagro: #
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