Mientras entraba el lunes a ver “El aura” al Hoyts General Center Cinemas canturreando porque tengo el corazón valiente / prefiero amarte y después perderte, sin saberlo, se gestaba una romántica y silenciosa revolución sin ideas, instrumentada por los trabajadores de limpieza del shopping Abasto.
Lejos de esas anacrónicas y a todas luces inútiles organizaciones, con apogeo en mitad del siglo XX, conocidas en esta parte del mundo como sindicatos, los maestranzas del Abasto –con la complicidad nada desdeñable de la seguridad privada, de los cargadores de matafuegos, de los hombres y mujeres de mantenimiento y de los demás desclasados que ingresan al centro de compras cuando sus persianas están cerradas- orquestaban una sigilosa y eficaz lucha contracultural que devendrá en poco más de un lustro en una revuelta artística de quiebre (y en un par de correos de lectores de La Nación indignados).
Salí a las 2.02 de ver la película que no ganará el oscar en 2006 a mejor película extranjera y descubrí el entramado de esa minuciosa revuelta: previo arreglo con el encargado del sonido del shopping, en el momento en que no queda casi nadie, con las luces agravando esa factura monumental de Edesur, mientras algunos escogidos y escogidas de 14 años, vestidos de hormonas y culottes, respectivamente, retrasados, postergaban tomar taxis para irse a dormir, de a tres, a sus pisos de Belgrano -a la vez de dejar a entrever que no serán la clase dirigente que sacará a la Argentina del puesto 98 del ránking de sensación de corrupción-, los trabajadores del Abasto escuchaban cumbia irreconocible, pero romántica, no villera, por los altavoces, a un volumen altísimo.
Este vacío que hay en mí / hace crecer la soledad / y siento que me estoy muriendo, / se me ha perdido un corazón, / por eso hoy voy a brindar por los fracasos del amor.
(…)
Se me ha perdido un corazón / si alguien lo tiene por favor, / que lo devuelva.
Lejos de esas anacrónicas y a todas luces inútiles organizaciones, con apogeo en mitad del siglo XX, conocidas en esta parte del mundo como sindicatos, los maestranzas del Abasto –con la complicidad nada desdeñable de la seguridad privada, de los cargadores de matafuegos, de los hombres y mujeres de mantenimiento y de los demás desclasados que ingresan al centro de compras cuando sus persianas están cerradas- orquestaban una sigilosa y eficaz lucha contracultural que devendrá en poco más de un lustro en una revuelta artística de quiebre (y en un par de correos de lectores de La Nación indignados).
Salí a las 2.02 de ver la película que no ganará el oscar en 2006 a mejor película extranjera y descubrí el entramado de esa minuciosa revuelta: previo arreglo con el encargado del sonido del shopping, en el momento en que no queda casi nadie, con las luces agravando esa factura monumental de Edesur, mientras algunos escogidos y escogidas de 14 años, vestidos de hormonas y culottes, respectivamente, retrasados, postergaban tomar taxis para irse a dormir, de a tres, a sus pisos de Belgrano -a la vez de dejar a entrever que no serán la clase dirigente que sacará a la Argentina del puesto 98 del ránking de sensación de corrupción-, los trabajadores del Abasto escuchaban cumbia irreconocible, pero romántica, no villera, por los altavoces, a un volumen altísimo.
(…)
Se me ha perdido un corazón / si alguien lo tiene por favor, / que lo devuelva.
1 comentario:
q lindo eso q escribiste maty, la momia.
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