Cuenta la leyenda que en los albores del fútbol vernáculo, un leprosario de Rosario había convocado a jugar un partido para recaudar fondos a los dos clubes más importantes de la zona. No, no eran Central Córdoba y Tiro Federal, eran los otros dos: Rosario Central y Newell’s Old Boys. La leyenda dice que un equipo dijo que sí a la propuesta; el otro, se negó rotundamente. Allí habrían surgido los apelativos con los que hoy se conoce a sus hinchas: canallas a los de Central; leprosos a los de Ñuls.
“¿Qué hace un leproso frotándose las manos?”, preguntará uno. “Carne picada”, responderá rápido, y todos reirán, pero, por dentro, sentirán una supraconvulsión.
Ayer vi Diarios de motocicleta, que, dicho sea de paso, no sé por qué se llama así, si La Poderosa, la moto, dura en pie un tercio de la película. Y vi a ese joven Che Guevara inflado en integridad y buenas intenciones. Quién sabe si era tan Jesucristo el Che. Quién dice que haya sido tan entero, tan sincero, tan humano. Pero a todas luces es funcional a la película. Y a su vida. Y creo que está bien. Para que sea un modelo de vida, es eficaz que sea un modelo bueno.
En la película, un médico copado y pelado les solicita a los voluntarios Ernesto Guevara Lynch de la Serna y Alberto Granados que se pongan unos guantes, porque así lo requieren las monjas que cuidan el leprosario, aunque, les aclara, la lepra no es contagiosa si se trata. El Che Gael le responde: “Si no es contagioso, es simbólico: no los vamos a usar”. No tiene mucha metáfora la vida del Che y quizás esa supuesta falta de poesía sea su más importante contribución al mito: no hablaba mucho, aunque lo hacía bien, actuaba en consecuencia. Los resultados los juzgará cada uno. Antes, en la película del carioca Walter Salles, le había espetado a un ingenuo Granados, en el Machu Pichu, durante un súmmum de optimismo del bioquímico sobre el posible fúturo de los pueblos originarios: “¿Una revolución sin tiros?, eso es imposible.” Bueno, eso. “Qué puedo yo cantarte, Comandante, si el poeta eres tú”, dice una canción de Pablo Milanés. “El que ha tumbado estrellas, en mil noches de lluvias coloridas, eres tú.”
“El agua separa a los sanos de los enfermos”, le dice Ernesto a Alberto. En una isla estaban los enfermos; en la otra, el leprosario de San Pablo, Perú. La metáfora la pone la realidad, él no. “La única verdad es la realidad”, dicen que dijo El General. Más tarde, en su cumpleaños, cruzará a nado el río, de noche, asmático, para estar con los que sufren, ¡es Cristo!
En su libro de “nuevas crónicas de larga distancia”, La guerra moderna, en el capítulo de Cuba, Martín Caparrós cuenta que un cubano le dijo que, en la isla, hoy día, las putas, las jineteras, son las únicas que siguen los designios del Che, porque “no paran de buscar al hombre nuevo cada noche.”
“¿Qué hace un leproso frotándose las manos?”, preguntará uno. “Carne picada”, responderá rápido, y todos reirán, pero, por dentro, sentirán una supraconvulsión.
Ayer vi Diarios de motocicleta, que, dicho sea de paso, no sé por qué se llama así, si La Poderosa, la moto, dura en pie un tercio de la película. Y vi a ese joven Che Guevara inflado en integridad y buenas intenciones. Quién sabe si era tan Jesucristo el Che. Quién dice que haya sido tan entero, tan sincero, tan humano. Pero a todas luces es funcional a la película. Y a su vida. Y creo que está bien. Para que sea un modelo de vida, es eficaz que sea un modelo bueno.
En la película, un médico copado y pelado les solicita a los voluntarios Ernesto Guevara Lynch de la Serna y Alberto Granados que se pongan unos guantes, porque así lo requieren las monjas que cuidan el leprosario, aunque, les aclara, la lepra no es contagiosa si se trata. El Che Gael le responde: “Si no es contagioso, es simbólico: no los vamos a usar”. No tiene mucha metáfora la vida del Che y quizás esa supuesta falta de poesía sea su más importante contribución al mito: no hablaba mucho, aunque lo hacía bien, actuaba en consecuencia. Los resultados los juzgará cada uno. Antes, en la película del carioca Walter Salles, le había espetado a un ingenuo Granados, en el Machu Pichu, durante un súmmum de optimismo del bioquímico sobre el posible fúturo de los pueblos originarios: “¿Una revolución sin tiros?, eso es imposible.” Bueno, eso. “Qué puedo yo cantarte, Comandante, si el poeta eres tú”, dice una canción de Pablo Milanés. “El que ha tumbado estrellas, en mil noches de lluvias coloridas, eres tú.”
“El agua separa a los sanos de los enfermos”, le dice Ernesto a Alberto. En una isla estaban los enfermos; en la otra, el leprosario de San Pablo, Perú. La metáfora la pone la realidad, él no. “La única verdad es la realidad”, dicen que dijo El General. Más tarde, en su cumpleaños, cruzará a nado el río, de noche, asmático, para estar con los que sufren, ¡es Cristo!
En su libro de “nuevas crónicas de larga distancia”, La guerra moderna, en el capítulo de Cuba, Martín Caparrós cuenta que un cubano le dijo que, en la isla, hoy día, las putas, las jineteras, son las únicas que siguen los designios del Che, porque “no paran de buscar al hombre nuevo cada noche.”
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