13.7.05

código civil

Esta mañana un hombre de negocios casi calvo leía con asombrosa lentitud el capítulo treinta del nuevo libro de Dan Brown, La conspiración. Sin tregua, mientras con una mano se agarraba la cabeza como tomándose la fiebre, escudriñaba el texto con precisión de especialista, sentado en un asiento tapizado de plush pomelo rosado; los típicos de la línea B de subterráneos. Desde Medrano hasta Carlos Pellegrini.

Más allá, lo de siempre: un sembradío de personajes inefables leyendo El código Da Vinci, del mismo autor norteamericano.

Alguno quiso dar la nota leyendo un ejemplar de Los mitos de la historia argentina 2 de Felipe Pigna; un loquito: no merece mayor desglose.

Desde que me mudé a Almagro y empecé a viajar todas las mañanas en este medio de transporte lo que más me sorprendió, en relación a los colectivos, es cuanto más leen los pasajeros de subte. Muchas cosas influirán: la clase social es más media (es mass media), el viaje es menos espasmódico y, seguramente, lo que Marilina me explicó: “Del subte cuelgan, intercalados a las argollas, ejemplares de El código Da Vinci; por si alguno se lo olvidó en la casa”, despejando mis dudas y las incógnitas de los que aún se preguntaban el porqué de esta situación incomprensible, de esta fiebre de lectores.

Pesquisando, supe de un convenio de octubre de 2004 rubricado entre Metrovías SA y la editorial Umbriel, “para fomentar la lectura en los pasajeros y así contribuir a la cultura ciudadana”, según reza el contrato en el artículo 2.

Algunas preguntas, sin embargo, siguen sin resolverse.

¿Cómo puede ser que haya gente que no lo hayan leído aún? ¿Lo estarán releyendo?

¿Por qué siguen desanudándose lentamente la corbata cuando descubren que el Santo Grial es en verdad, contra toda lógica, un hijo que Jesús y María Magdalena tuvieron y que la ex meretriz se llevó a París?

¿Les gusta realmente El código Da Vinci? ¿Qué dirán de la prosa de Dan Brown? ¿Leyeron otros libros?

Lo cierto, en todo caso, es, como también dijo Marilina: “Los ávidos lectores si se olvidan el libro, en vez de pedir fuego, les preguntan a los pasajeros contiguos si trajeron su ejemplar, o toman uno de los que están entre aro y aro; y siguen con fruición los enigmas que se esconden detrás de los cuadros del gran Leonardo”.

Yo, los días de apretuje subterráneo, aprovecho para otear las excelentes aventuras de Brown, por encima de los hombros de los falsos ejecutivos de cuentas.

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