Estaba una madre con su nene conversando con la mujer del zapatero del barrio. Conversaban airadamente sobre cómo preparar unos buenos buñuelos de acelga. El niño estaba atento al dibujo del zapato en la vidriera y tenia estampado en su remera un jeep con la leyenda J E E P, debajo. El Zapato Loco, se llamaba la zapatería. El dibujo del zapato en la vidriera era muy grande, tenía rasgos humanos, ojos y un sombrero y por una supuesta falla en la puntera se le escapaba una lengua tenaz y una pipa, que emitía pompas de jabón como una radio FM emite ondas de frecuencia modulada. “Copia, imprime y escanea”, dijo el nene. Francisquito. Las mujeres como que no lo escucharon. Ya estaban hablando de otro tema, matando el tiempo. La mujer del zapatero estaba re caliente. Preguntaba por qué no le ponen de vuelta a la Casa Cuna el nombre Casa Cuna si nadie sabe su nombre y todos terminan diciéndole la Ex Casa Cuna, razonable, la mujer del zapatero, y un poco enojada todavía. La madre de Francisquito le explicó que no, que el verdadero nombre del lugar es Excasacuna. Y que se escribe todo junto. La mujer del zapatero se rió. La madre de Francisquito, Elisa, hizo un gesto de estreñimiento y agarró a Francisquito del brazo y lo tironeó. “Copia, imprime y escanea” repitió Francisquito, su otra mano sobre la vidriera, sus ojos fijos en unos cordones amarillos fluos como si fueran juguetes o gomitas de eucalipto. “No se vaya Elisa”, le rogó la mujer del zapatero, “me dio gracia que crea eso: el hospital se llama Pedro de Elizalde”. “Ah, como la que hacia deportes de aventura, la rubiona.” “Copia, imprime y escanea.” “Sí, como la locutora también, Betty.” “Copia, Imprime y escanea”, sus manos en un puño, su atención fijada en la pomada Wassington, su pensamiento anclado en una tarde en casa de su abuela Mally, durante horas tratando de abrir una pomada de la misma marca, marrón, haciendo fuerza en vano durante largos minutos, horas, toda la tarde malgastada en ese esfuerzo inútil de querer abrir ese producto del demonio, tan atrayente por cierto, como si fuera el último objeto de una civilización que desapareció para siempre de un momento al otro. Hasta que encontró el mágico mecanismo. Una ranura, una palanca, y esa pasta imposible que olía tan bien y que no podían usar los mocosos como él. “Y para cuándo cree que van a estar las chatitas, oiga”, dijo Elisa, ya con ganas de irse. “Para el sábado a la tardecita”, dijo la mujer del zapatero, que también era zapatera pero nadie la llamaba así, porque parece ser que los zapateros deben ser hombres. Su marido había muerto hacía 4 años. Ella continuó con el negocio familiar. Y no sólo eso, sino que además hacía el trabajo mucho más prolijo que su viudo y había logrado incrementar la clientela fuertemente. Sin embargo no pudo nunca dejar de ser la mujer del zapatero. “Copia, imprime y escanea.” "¿Qué cosa copia, imprime y escanea, querido?”, preguntó la mujer del zapatero, ya harta del pequeño truhán. “Mi garompa”, dijo el nene, sus ojos extasiados, sus manitos en la garompita.
2 comentarios:
Jajaja qué buen remate para un texto que parecía ir para otro lado.
Me gustó mucho y me pareció muy entretenido.
El nenito agarrándose la garompa, jajajaja
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