La superstición dice que si el bebé patea mucho en la panza de la madre será un varoncito. Ya desde antes de llegar parece ser con los hombres venimos pateando, curioso signo de género este que señala que los nenes patean, y, las nenas, parece, no. Lo cierto es que el nene en su seno familiar –para seguir con el universo lactante- recibe más temprano que tarde una pelota y es instado a que la patee: es retado si la agarra con las manos; es premiado con la palabra “gol” si le da con las patas, y se reflexionará “es zurdo”, o “derecho como el padre” y cosas por el estilo. Premios y castigos y así las cosas antes de cumplir los tres años nuestro héroe ya tiene el camino de los significantes más o menos resuelto: agarrar la pelota con la mano es de mina o de maricón, según se deja establecido inequívocamente.
Así como es necesario durante los primeros años de vida recibir cariño y buena alimentación, y un lugar apropiado, y educación y todas esas tonterías, quien no intentó patear antes de los tres años tiene una brecha difícil de salvar si quiere patear más adelante. No por nada las nenas (y algunos nenes) que fueron negadas al beneficio de patear, ya de grandes no saben qué hacer con una pelota. Las mujeres que en todo son más plásticas, más lindas, más armónicas que los hombres, en lo único que no hacen pie es en esto de jugar con estilo a la pelota, misterios del malestar de la cultura. Una mujer tratando de acomodar el cuerpo para patear una pelota es un shakespeareano drama acerca de la torpeza. Prefiero cargar las tintas en la falta de doctrina que en una inhabilidad innata de género, porque leo Página/12.
Y es que no es poca cosa aprender a parar, manejar, direccionar, pisar, matar, rematar, pegarle a una pelota. Requiere todo un universo de saberes previos, de ejercicio, de repetición, de errores, para aprender a malear un de por si miembro torpe e incomprensible como es la pierna y su joven maravilla pie. Porque un par de piernas -más allá de trasportarnos, bailar y mantenernos erguidos- no reviste de mayores beneficios para el día a día del ser humano. Seamos sinceros, salvo que seamos Dolores Barreiro las piernas sólo serán redituables para apretar pedales (un bombo de batería, un embrague, el tachito de basura, una bicicleta): pero atención, siempre se usa la planta, y para abajo. La funcionalidad del pie es limitadísima, no es más instrumento que unos bastones de última generación.
Tal es la inutilidad de la práctica adquirida que aprender a usar el empeine no sirve para otra cosa real que para jugar a la pelota.
El ser pateador
Sin embargo, la destreza de patear desarrollada con un mínimo de talento y mucho de empeño puede servir para solucionar problemas engorrosos, como ser agacharse a buscar el jabón en la bañadera. El ser pateador aprovechará la curvatura de la loza para con un golpe seco hacer que el jabón pase del inestable piso a la altura de la mano, con una naturalidad cinematográfica que ya ni asombra, de lo entrenada que esta.
Así como en la infancia hay una etapa anal y una oral, también existe una etapa previa: la etapa pateal. Corresponde a la práctica en el útero, que antecede al nacimiento, y que es sólo motriz, por eso Freud no la analizó, tan preocupado en al alma, es decir, ese cajón o nave o lluvia que llamamos así. Quien se queda anclado en la etapa pateal todo lo que pueda hacer con los pies, lo hará con los pies. Todo.
Síntomas
Para descubrir si su pareja, hijo o amigo está viviendo la eternidad transitoria de su existencia en la etapa pateal, pueden considerarse algunos de estos indicios.
Un ser pateal no es torpe, generalmente los torpes tiene como problema estructural, valga la redundancia, no poder mantenerse erguidos ante las intermitencias de la gravedad. Un ser pateal toma un tropezón como una marca pegajosa, encuentra en mantenerse en pie un desafío capital. El ser pateal fue educado en la escuela de que lo primero es patear, después se entrena para no caer, mantener la vertical ante todo, como un gesto estético, el ser pateal tiene experiencia en mantener la compostura del zapato. Mírenlo al Diego contra los belgas en el 86 sacando un zurdazo y, en el envión del remate, girando 360 grados sobre su eje, torcerse hasta límites de torre de Pisa, y no caer. Y encima levanta el brazo para acentuar lo bello del gol y lo heroico de no caer. Maradona es el ser pateal emblema, otra cosa más.
Un ser pateal es esencialmente espacial. Siempre tiene un panorama de 200 metros adelante. Conoce de accidentes geográficos próximos, se ubica rápidamente en cualquier lugar, está alerta, nunca pone mal el pie en una escalera mecánica, nunca se choca el dedo gordo contra el cordón de la vereda, nunca se lleva puesta una persona en la calle. Desde el piso maneja su cuerpo, no al revés. Casi como bailar. Un ser pateal sabe que gambetar puede encontrar sentidos prácticos en el devenir del caminar. Un ser pateal toma una caminata por Florida en hora pico como Leonel Messi la rígida línea de 4 del Getafe.
La tapita
Un ser pateal tiene su archienemigo en las tapitas de gaseosas. Y se sabe que los archienemigos son necesarios a los fines del héroe. El ser pateal va atento a su paso a todo lo que podría ser una pelota. Piedras, latas, plásticos y demás objetos, son penales que irá ejecutando en mayor o menor medida de acuerdo a la variable de la vergüenza. Si la calle está desierta cualquier lata será sentenciada en arcos imaginarios que aparecerán todo el tiempo. Porque la ciudad puede ser comprendida y estudiada como una sucesión de infinitos arcos que se corporizan y se desvanecen de acuerdo a la perspectiva del caminante. Dos canteros; entre la goma del renó 12 y el árbol; en el desagüe de agua del cordón; alguna puerta; cualquier cosa bah. Todo es pateable en una calle desierta, el andar es una sucesión de cosas a patear entre el punto de partida y el de llegada. Pero una tapita de gaseosa enajena al ser pateal, un ser pateal patea una tapita de gaseosa hasta en su primera cita. No hay nada más irreprimible en la vida de un ser pateal que ese cilindro plástico retacón rojo en el medio del damero de la vereda. Si la mala fortuna hace que la tapita llegue a mal puerto por impericia (que salga despedida sin destino y le pegue en la pierna al portero que barre la vereda, por caso) el ser pateal hará cara de que no se dio cuenta, que pateó la tapita sin querer, aparentando padecer esa torpeza espacial que no tiene. El ser pateal niega cualquier relación entre él y la chapita, fue un accidente, se interpuso entre el pie y el destino, no fue adrede. Puede apretar los puños y poner los labios en O si la chapita direccionada con destreza atraviesa el arco sucesivo imaginado en la perspectiva del caminante pateal. Si un ser pateal avisora en la lejanía una tapita alcanza una felicidad bastante plena, casi como comer chocolate o estar enamorado. Como se dijo, el ser pateal encuentra arcos en todos lados, pero hay arcos clase A y arcos clase B. Un objeto poco maniobrable no admite muchos arcos posibles, está el que le va en la perspectiva y ya. La tapita se puede acomodas a sucesivos arcos futuros. A la tapita se la puede transportar. Una tapita se puede llevar tres dedos o de puntín por la vereda de una esquina a la otra sin problemas. Y está comprobado por estudios recientes que entre cualquier esquina y otra de cualquier ciudad siempre hay un arco clase A, sólo hay que saber encontrarlo, es un desafío para el ingenio. Y qué placer da llevar la tapita en dos golpes secos, bajarla a la calle y tocarla displicentemente a una alcantarilla. La alcantarilla es el mejor de los arcos rastreros posibles, el mejor de los escenarios clase A del juego por abajo.
Un portón, igual que en un tango
El ser pateador siempre (siempre) desecha –no corresponde decir “tira”- el chicle en la calle, nunca civilizadamente, en un tacho, envuelto en un papel, eso nunca. El ser pateal puede sacrificar un chicle mascado 3 veces, con el gusto intacto, si se conjuga la variable de una calle desierta con la de un arco genial. El chicle permite algo que lo rastrero no da, el juego aéreo*. Viene mascando un chicle por la calle, dobla en la esquina, no hay nadie, pero si un portón, y un portón vaya si es un arco genial, un portón es el paraíso de los arcos, es el cielo de los arcos que se portaron bien en su vida, es como reencarnar en Johnny Deep. Al ser pateal entrenado y orgulloso le toma moldear el chicle en pelota tan solo 2,3 segundos, es un chicotazo de lengua contra la dentadura de abajo. Ya con la pelota entre los labios, con un soplo justo, como escupir a distancia, se deja al chicle decantar en caída libre (todo un entrenamiento, es tan importante adónde va a caer como el hecho en sí de pegarle, para que no sea tan aparatoso). Se le entra tres dedos o con la cara interna, según dónde esté el arco, para meterla en el ángulo del portón, a la ratonera imposible del palier del edificio, o adentro del volquete (para esta modalidad se usa la queridísima emboquillada). Si el chicle es gol, se puede hasta gritar en voz alta, ya nada más importa. Siempre hay que acompañar al chicle, darle con calidad, si se le pega fuerte el chicle queda pegado a la zapatilla, está chequeado. No sirve el Top Line, de consistencia más babosa y pegajosa.
* Salvedad: Igual que un jabón en la bañadera, la tapita (oh gloriosa) se puede levantar en el aire desde la calle usando el cordón de la vereda, su rampa. Ya con altura, en un movimiento rápido y seco se la remata en el aire, permitiendo el juego aéreo, como el chicle pero mejor, todo es mejor con una tapita (alabada seas).
Ventajas fácticas
El ser pateal respecto al resto de los mortales tiene los siguientes beneficios:
- Un ser pateal tiene menos posibilidades de sufrir ataques de ciática y lumbalgia porque casi todo lo resuelve desde la vertical. Cerrar la tapa del horno es un golpe seco de taco y rabona a la vez, por ejemplo, trasladar zapatos de una habitación a otra un simple chicotazo por pieza.
- Un ser pateal nunca se agarra los dedos con la puerta porque siempre resuelve con el pie. Si el envión para cerrar fue fuerte, se amortigua con la pierna contraria.
- Un ser pateal puede matar objetos en caída libre -como ser vasos, platos y demás cosas frágiles-, desacelerando su velocidad y postergando la vida útil de la vajilla, con el beneficio económico subsiguiente.
- Un ser pateal cierra la puerta de la heladera, o cualquier otra cosa, mientas las dos manos libres hacen otra cosa, como acomodar la yerba en el mate o ir sacándole el corcho a la champaña.
- Es un ser lúdico, todo acontecer mundano se convierte en una aventura a resolverse.
Máxima del ser pateal
Nada que pueda resolverse con el pie será resuelto con la mano.
Así como es necesario durante los primeros años de vida recibir cariño y buena alimentación, y un lugar apropiado, y educación y todas esas tonterías, quien no intentó patear antes de los tres años tiene una brecha difícil de salvar si quiere patear más adelante. No por nada las nenas (y algunos nenes) que fueron negadas al beneficio de patear, ya de grandes no saben qué hacer con una pelota. Las mujeres que en todo son más plásticas, más lindas, más armónicas que los hombres, en lo único que no hacen pie es en esto de jugar con estilo a la pelota, misterios del malestar de la cultura. Una mujer tratando de acomodar el cuerpo para patear una pelota es un shakespeareano drama acerca de la torpeza. Prefiero cargar las tintas en la falta de doctrina que en una inhabilidad innata de género, porque leo Página/12.
Y es que no es poca cosa aprender a parar, manejar, direccionar, pisar, matar, rematar, pegarle a una pelota. Requiere todo un universo de saberes previos, de ejercicio, de repetición, de errores, para aprender a malear un de por si miembro torpe e incomprensible como es la pierna y su joven maravilla pie. Porque un par de piernas -más allá de trasportarnos, bailar y mantenernos erguidos- no reviste de mayores beneficios para el día a día del ser humano. Seamos sinceros, salvo que seamos Dolores Barreiro las piernas sólo serán redituables para apretar pedales (un bombo de batería, un embrague, el tachito de basura, una bicicleta): pero atención, siempre se usa la planta, y para abajo. La funcionalidad del pie es limitadísima, no es más instrumento que unos bastones de última generación.
Tal es la inutilidad de la práctica adquirida que aprender a usar el empeine no sirve para otra cosa real que para jugar a la pelota.
El ser pateador
Sin embargo, la destreza de patear desarrollada con un mínimo de talento y mucho de empeño puede servir para solucionar problemas engorrosos, como ser agacharse a buscar el jabón en la bañadera. El ser pateador aprovechará la curvatura de la loza para con un golpe seco hacer que el jabón pase del inestable piso a la altura de la mano, con una naturalidad cinematográfica que ya ni asombra, de lo entrenada que esta.
Así como en la infancia hay una etapa anal y una oral, también existe una etapa previa: la etapa pateal. Corresponde a la práctica en el útero, que antecede al nacimiento, y que es sólo motriz, por eso Freud no la analizó, tan preocupado en al alma, es decir, ese cajón o nave o lluvia que llamamos así. Quien se queda anclado en la etapa pateal todo lo que pueda hacer con los pies, lo hará con los pies. Todo.
Síntomas
Para descubrir si su pareja, hijo o amigo está viviendo la eternidad transitoria de su existencia en la etapa pateal, pueden considerarse algunos de estos indicios.
Un ser pateal no es torpe, generalmente los torpes tiene como problema estructural, valga la redundancia, no poder mantenerse erguidos ante las intermitencias de la gravedad. Un ser pateal toma un tropezón como una marca pegajosa, encuentra en mantenerse en pie un desafío capital. El ser pateal fue educado en la escuela de que lo primero es patear, después se entrena para no caer, mantener la vertical ante todo, como un gesto estético, el ser pateal tiene experiencia en mantener la compostura del zapato. Mírenlo al Diego contra los belgas en el 86 sacando un zurdazo y, en el envión del remate, girando 360 grados sobre su eje, torcerse hasta límites de torre de Pisa, y no caer. Y encima levanta el brazo para acentuar lo bello del gol y lo heroico de no caer. Maradona es el ser pateal emblema, otra cosa más.
Un ser pateal es esencialmente espacial. Siempre tiene un panorama de 200 metros adelante. Conoce de accidentes geográficos próximos, se ubica rápidamente en cualquier lugar, está alerta, nunca pone mal el pie en una escalera mecánica, nunca se choca el dedo gordo contra el cordón de la vereda, nunca se lleva puesta una persona en la calle. Desde el piso maneja su cuerpo, no al revés. Casi como bailar. Un ser pateal sabe que gambetar puede encontrar sentidos prácticos en el devenir del caminar. Un ser pateal toma una caminata por Florida en hora pico como Leonel Messi la rígida línea de 4 del Getafe.
La tapita
Un ser pateal tiene su archienemigo en las tapitas de gaseosas. Y se sabe que los archienemigos son necesarios a los fines del héroe. El ser pateal va atento a su paso a todo lo que podría ser una pelota. Piedras, latas, plásticos y demás objetos, son penales que irá ejecutando en mayor o menor medida de acuerdo a la variable de la vergüenza. Si la calle está desierta cualquier lata será sentenciada en arcos imaginarios que aparecerán todo el tiempo. Porque la ciudad puede ser comprendida y estudiada como una sucesión de infinitos arcos que se corporizan y se desvanecen de acuerdo a la perspectiva del caminante. Dos canteros; entre la goma del renó 12 y el árbol; en el desagüe de agua del cordón; alguna puerta; cualquier cosa bah. Todo es pateable en una calle desierta, el andar es una sucesión de cosas a patear entre el punto de partida y el de llegada. Pero una tapita de gaseosa enajena al ser pateal, un ser pateal patea una tapita de gaseosa hasta en su primera cita. No hay nada más irreprimible en la vida de un ser pateal que ese cilindro plástico retacón rojo en el medio del damero de la vereda. Si la mala fortuna hace que la tapita llegue a mal puerto por impericia (que salga despedida sin destino y le pegue en la pierna al portero que barre la vereda, por caso) el ser pateal hará cara de que no se dio cuenta, que pateó la tapita sin querer, aparentando padecer esa torpeza espacial que no tiene. El ser pateal niega cualquier relación entre él y la chapita, fue un accidente, se interpuso entre el pie y el destino, no fue adrede. Puede apretar los puños y poner los labios en O si la chapita direccionada con destreza atraviesa el arco sucesivo imaginado en la perspectiva del caminante pateal. Si un ser pateal avisora en la lejanía una tapita alcanza una felicidad bastante plena, casi como comer chocolate o estar enamorado. Como se dijo, el ser pateal encuentra arcos en todos lados, pero hay arcos clase A y arcos clase B. Un objeto poco maniobrable no admite muchos arcos posibles, está el que le va en la perspectiva y ya. La tapita se puede acomodas a sucesivos arcos futuros. A la tapita se la puede transportar. Una tapita se puede llevar tres dedos o de puntín por la vereda de una esquina a la otra sin problemas. Y está comprobado por estudios recientes que entre cualquier esquina y otra de cualquier ciudad siempre hay un arco clase A, sólo hay que saber encontrarlo, es un desafío para el ingenio. Y qué placer da llevar la tapita en dos golpes secos, bajarla a la calle y tocarla displicentemente a una alcantarilla. La alcantarilla es el mejor de los arcos rastreros posibles, el mejor de los escenarios clase A del juego por abajo.
Un portón, igual que en un tango
El ser pateador siempre (siempre) desecha –no corresponde decir “tira”- el chicle en la calle, nunca civilizadamente, en un tacho, envuelto en un papel, eso nunca. El ser pateal puede sacrificar un chicle mascado 3 veces, con el gusto intacto, si se conjuga la variable de una calle desierta con la de un arco genial. El chicle permite algo que lo rastrero no da, el juego aéreo*. Viene mascando un chicle por la calle, dobla en la esquina, no hay nadie, pero si un portón, y un portón vaya si es un arco genial, un portón es el paraíso de los arcos, es el cielo de los arcos que se portaron bien en su vida, es como reencarnar en Johnny Deep. Al ser pateal entrenado y orgulloso le toma moldear el chicle en pelota tan solo 2,3 segundos, es un chicotazo de lengua contra la dentadura de abajo. Ya con la pelota entre los labios, con un soplo justo, como escupir a distancia, se deja al chicle decantar en caída libre (todo un entrenamiento, es tan importante adónde va a caer como el hecho en sí de pegarle, para que no sea tan aparatoso). Se le entra tres dedos o con la cara interna, según dónde esté el arco, para meterla en el ángulo del portón, a la ratonera imposible del palier del edificio, o adentro del volquete (para esta modalidad se usa la queridísima emboquillada). Si el chicle es gol, se puede hasta gritar en voz alta, ya nada más importa. Siempre hay que acompañar al chicle, darle con calidad, si se le pega fuerte el chicle queda pegado a la zapatilla, está chequeado. No sirve el Top Line, de consistencia más babosa y pegajosa.
* Salvedad: Igual que un jabón en la bañadera, la tapita (oh gloriosa) se puede levantar en el aire desde la calle usando el cordón de la vereda, su rampa. Ya con altura, en un movimiento rápido y seco se la remata en el aire, permitiendo el juego aéreo, como el chicle pero mejor, todo es mejor con una tapita (alabada seas).
Ventajas fácticas
El ser pateal respecto al resto de los mortales tiene los siguientes beneficios:
- Un ser pateal tiene menos posibilidades de sufrir ataques de ciática y lumbalgia porque casi todo lo resuelve desde la vertical. Cerrar la tapa del horno es un golpe seco de taco y rabona a la vez, por ejemplo, trasladar zapatos de una habitación a otra un simple chicotazo por pieza.
- Un ser pateal nunca se agarra los dedos con la puerta porque siempre resuelve con el pie. Si el envión para cerrar fue fuerte, se amortigua con la pierna contraria.
- Un ser pateal puede matar objetos en caída libre -como ser vasos, platos y demás cosas frágiles-, desacelerando su velocidad y postergando la vida útil de la vajilla, con el beneficio económico subsiguiente.
- Un ser pateal cierra la puerta de la heladera, o cualquier otra cosa, mientas las dos manos libres hacen otra cosa, como acomodar la yerba en el mate o ir sacándole el corcho a la champaña.
- Es un ser lúdico, todo acontecer mundano se convierte en una aventura a resolverse.
Máxima del ser pateal
Nada que pueda resolverse con el pie será resuelto con la mano.
6 comentarios:
Realmente maravilloso este texto, siempre leo tu blog aunque no comento casi en ningún lado. Me sentí tan identificado con el ser pateal que creí que me conocías.
Un abrazo grande y felicitaciones.
Estás cada dia mas brillante.
No me pienso un ser pateal, sin embargo, gracias a vivir literalmente en un tapper 4 años de mi vida desarrollé patealidad.
Agarro casi cualquier cosa con los pies, y es un orgullo decirlo.
Solo resta agregar: ATIAS! GOL!
Pensé que ibas a mencionarlo. Hasta los menores de 2 años te ideantifican pateal.
No solo un ser pateal llevamos adentro muchos hombres...
Quiero agregar un parrafo a:
Las maravillas que uno puede hacer usando los dedos "Tenaza" de los pies no caberian dentro de un listado de supermercado...
Mas que admirable es su Post, mas que admirable, mi viejo amigo
me encantó el post... la escena de la descripción de la escena torpe de la mujer tratando de acomodarse para patear: excelente... y desgraciadamente bastante conocida.
salute
Es verdad! nada más horrible que un partido de fútbol femenino, esas patadas-salto para darle a la redonda antes de que toque el piso...
Y tenés razón porque yo por ejemplo soy mujer y tengo bastante coordinación para hacer jueguitos y para gambetear, juego así por abajo. Además, como siempre fui defensora, en handbol y en hockey, estoy acostumbrada a poner el cuerpo, que es bastante grande.
Pero me faltó eso, un padre que en vez de enseñarme a picar la pelota y los pases de vóley, como buen profe de educación física y psicomotricista, me gritara ante mi error: ¡dale, cagona! ¡qué tenés en las patas! y cosas por el estilo.
Yo no sé patear, pero uso los dedos de los pies para agarrar cosas sin tener que agacharme. Es bastante práctico y es todo un entrenamiento también!
Tu Blog es increíblemente adictivo :)
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