31.1.08

el ser ancho, y zurdo, y triste

gdfsg - Twango
Troilo, el gordo triste, el de las manos como patios, el eslabón perdido entre la ortodoxia y lo nuevo, les dijo que con Balada para un loco habían escrito la nueva cumparsita. Y así, los cánones de entonces empezaron a entender que estos locos, que venían de Vieytes, no habían inventado el amor pero se le aproximaban bastante. Viva, viva.

Pero íbamos a hablar de Horacio Ferrer, con su andar de sibarita, su moñito impoluto y su antepenúltimo whisky. Y su principal virtud: la innovación temática a los consabidos temas recurrentes de la música ciudadana de por acá. De la mano de la revuelta piazzolliana, Ferrer empieza a tocar temas que el tango no había abordado antes, y no lo hará hasta nuestros días.

La mencionada innovación incluye, a saber, la historia de un jesucristo porteño que repecha las calles en una bicicleta blanca trastocando con una estela –una enorme cola fosforescente que deja tras de su paso- la lógica de los ciudadanos que alcanza. El intendente, en persona, rellena los pozos de la calle, sin ir más lejos y todo así, hasta que lo mataron, redención y a otra cosa para nuestro pobre flaco nuestro. Una oda a los paraguas de Buenos Aires; una balada para el perdido protagonista sollozante de un libro que Roberto Arlt se olvidó de escribir; un tango sartreano fechado en París -te amo y luego existo-; y demás arbitrariedades geniales con música de tango.

Entre sus temas recurrentes se destaca sin lugar a dudas la cosa interplanetaria. En aquellos años parecía que los hombres confiaban en otra vida inteligente más allá de la nuestra, y los ovnis iban a revelarnos el misterio de la paz. Los primeros polizontes en el viaje a Venus se atolondraban en ese país o mundo desde donde un día bajaron las venusinas en Buenos Aires, con unas sombrillas claras. O -cuando finalmente renazca el propio Ferrer- en su porteñez espectral se tomará un sideral subterráneo Plaza de Mayo a Saturno. Se da el lujo de escribir un introito del génesis del Futuro Testamento y dirá, como quien no quiere la cosa, fechado en 1970, que las 4 estrellas de la Cruz del Sur tuvieron cuatro hijas que nacieron en cuatro puntos cardinales de la ciudad, por Barracas nació una de las cuatro, la que iba de pólvora y de bandera, pelirroja y guerrillera, la que en una noche muy zurda murió con las balas puestas. Ah, su pequeña poesía de adioses y de balas. Ya estará muerto en punto cuando sean las 6.

Otra de sus sanas obsesiones tiene que ver con la pobreza y los niños: un berniano Juanito Laguna que al nacer le hicieron un pañal con media hoja de Clarín, o aquel chiquilín de Bachín al que tres reyes gatos roban sus zapatos, uno izquierdo… y el otro también. También viste de héroe a un ignoto canillita, como un mensajero de la buena noticia a pesar de tremebundo de las naciones y clarines, que finalmente harán pañales para hermanos que no han sido, y que serán.

La mujer lo mantiene en vilo a Ferrer, casi tanto que alguna noche, insomne, se le aparece el fantasma de Gardel para matear un poco, cantándole con su voz de siete gritos. La fémina ferreriana es un poco espacial, un poco mítica y un poco triste, como vos, y como yo. También las venusinas que bajaron en buenos aires solteras de gravedad. Y, por la ribera de su sábana, aparecerá la última de las grelas, la que la noche le puso nombre con seducción de insultos, el último ejemplar de esa pequeña y extinguida raza con ojeras. Y claro, las cuatro hijas de la cruz del sur, otra, del barrio de Piedrabuena.

El día que Dios lo deje de soñar, su ser ancho, y zurdo, y triste conocerá el límite sencillo de las cosas, que será en Buenos Aires, no en París como su homenajeado Vallejo, pero sí será de madrugada, y, profetiza, se pondrá por los hombros de abrigo toda el alba.

No deberíamos preocuparnos por aquel verso que nunca le supo decir, porque fatalmente renacerá en Buenos Aires en el año 3001 con un clavel de otro planeta en el ojal y una gran voz extraterrestre le dará la fuerza antigua y dolorosa de la fe, para seguirle el poema que a medio hacer le quedó.

Todas las bastardillas pertenecen a Horacio Ferrer.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hey i am suuper boy

Adriana dijo...

me gusto mucho, ya lo lei 3 veces!