5.11.07

El Conocedor, una revista casi redonda

conocedores
Empecemos por la editorial, como corresponde. La editorial son dos. Una con palabras, clásica, otra con una imagen, gráfica: una botella con la marca de la revista con la leyenda “comunicar el vino”. Hacerlo y venderlo, al vino, dicen, se lo dejan a las bodegas. Sin embargo, en la lectura de El Conocedor, revista del bonvivant criollo, veremos que no siempre es así, que son parte de la industria del vino sin más, otro eslabón. La editorial clásica es casi una gacetilla de prensa del gremio vitivinícola, muy lograda, hay que decirlo. Nos acerca algunas cifras del mercado. Entre las más interesantes se cuenta que este primer semestre de 2007 se superó en un 25 por ciento la exportaciones de vino respecto al mismo semestre de 2006 y se estima que, colgada de la insignia malbec, la industria espera crecer un 15 por ciento sostenido los próximos 10 años. Pero quizás lo más interesante sea el dato que el consumo interno representa el 75 por ciento de los ingresos de las bodegas.

El conflicto alcaucil. Quien haya leído sobre vinos aunque sea un poco sabrá que tiene dos o tres archienemigos, alimentos que matan al vino, su sabor, los taninos, y esas entelequias. Por eso me inquietó la tapa del último número de El Conocedor. Yo tengo la teoría incierta de que hay que comprar todas las revistas al menos una vez. Desde que El Conocedor cambió su diseño siempre estuve tentado de comprarla. Este número, la ausencia de Brascó en mi vida diaria, y las alcachofas locas me dieron el ultimátum: ahora o nunca. Fue ahora. Leyéndola, en más de una nota se habla pestes del matrimonio alcaucil y vino (un maridaje homicida). Como la sandía, pero en vez de matarte vos, te mata un vino de 50 mangos, que no sé qué es peor. Otras cosas que matan al vino son “los espárragos y los huevos cocidos”, dice otra nota. Entonces por qué ilustrar una revista de vinos con alcauciles. La respuesta, en la editorial, “porque son ricos y son verdes y de estación. Se ganaron la tapa”. Muy bien.

Popurrí. La revista está muy linda desde lo visual, es muy original, está bien escrita y se nota que está hecha por gente que entiende del negocio periodístico. Hay una nota de un señor que viaja por Europa tomando cócteles en las principales ciudades. En este número se clava un Dry Martini en Barcelona. Hay dos notas a chefs, una de un yanqui que no suma demasiado, salvo por las fotos de las recetas del cocinero. No les miento si les digo que son tridimensionales, se ve la profundidad de un trozo de salmón, el relieve de un pastelito. Es increíble la calidad de la fotografía. La otra entrevista, a Juliana López May, es muy linda, muy bien escrita, por Marina Arias. Así como muy mala es la nota a Sol Acuña, que tiene más lugares comunes que una película de Jorge Polaco. Otra nota muy interesante es “El vino y la huerta” o como acompañar platos de verduras con diversos varietales de vinos, ahora sí el famoso maridaje. Una chambota se luce con un tannat, una bagna cauda con un merlot y así. Las fotos también son espectaculares.

Noticias desde el frente. Esta es una sección en la que hablan los capos de la industria, lo que echa por tierra eso de que sólo quieren “comunicar” al vino. Este número son 4 preguntas a 4 gerentes generales de 4 bodegas. Una de las preguntas era ¿si pueden exportar todo, exportarían todo? 3 de 4 dijeron que no, “porque es buena imagen para la empresa y demuestra compromiso con el consumidor interno”. Representamos el 75 por ciento del consumo, más respeto.

Tres columnas. Mex Urtizberea, que hace un intento por ser gracioso y obtiene vergüenza ajena en el intento. Otro, cuyo nombre no importa, que es el editor del manual gastronómico que se consigue en librerías, que no entendí bien qué me quería decir con ese texto con ínfulas de. Y el gran Miguel Brascó que nuevamente hace literatura con la gastronomía mientras se ríe de quienes se toman en serio el evento de sommeleriarlo todo con frases como “un amigo holandés (…) nunca descifró la ciencia infusa del cómo corno se prepara una paella valenciana”.

Final en boca. Esto da para un análisis mayor, quizás algún día lo haga, pero acá seré breve. Considero que las críticas de vinos son una forma de literatura per se. A mitad de camino entre un haiku y un prosista ruso medio pelo. Hacen -no en esta revista, en todos lados- uso de un universo de palabras que, a esta altura, ya le es propio. Como en todo, en esta disciplina, hay de los que son buenos y de los chapuceros. En El Conocedor se las llama Degustaciones inteligentes a estas semblanzas descriptivas. ¿De qué se trata? Buscan un segmento del mercado y varios sommeliers (cegados) prueban (degustan) los mejores vinos de cada bodega de ese segmento y lo califican y eligen a los dos mejores, a los que le ponen un BQ, un Best Quality. En este número estuvo invitado Juanchi Baleirón de Los Pericos (?) y eligieron el segmento de vinos prémium -que va de los 60 a los 95 mangos la botella-.

Poco importa quien ganó porque cualquiera de esos vinos es un festín seguramente pero si quiero para despedirme dar nota de las más extravagantes descripciones de este género inasible que es la crítica vitivinícola:

Un malbec que “tiene recuerdo de torrefacción”.
Un merlot que “finaliza con posgusto casi largo”.
Y un reserva malbec que posee “unos taninos casi redondos”.

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