30.6.05

¡pará, fanático!

La mala suerte suele tomar las más diversas formas: había acompañado a Mile a hacerle una entrevista a Carlos Belloso al teatro Gargantúa -donde está presentado su obra “¡Pará, fanático!”-. Cuando terminamos llamó a Pichi, que estaba en la república de la provincia de Buenos Aires, para saber si ya se volvía de donde estaba y decidir si me acompañaba al cumpleaños de Vero. Pichi seguía del otro lado de la General Paz. Paramos un taxi. Eran las 2 de la mañana, más o menos.

Le dije la dirección; desconocía cómo legar, nunca había ido a la nueva casa de Vero, pero me situaba geográficamente. A la altura de la Chacarita el tipo preguntó por cuál camino nos parecía tomar, a lo que Mile respondió: “El más rápido” -esto después fue motivo de burlas: como si se le pidiera a los taxistas: “Por el más incómodo y rebuscado”-. La respuesta rápida lo sumió en el total desconcierto. Él tampoco sabía cómo llegar. Creo que ni siquiera se ubicaba espacialmente en Caballito.

Cuando estábamos cerca -según mis estimaciones- veo al tachero agarrando para cualquier lado. Le entredigo un timorato: “Me parece que es de éste lado de Rivadavia”. (A la postre sería oportuno el comentario pero, en ese entonces, por la blandura con que lo esgrimí, resultó insuficiente.) Mile pensaba decirle: “Preguntale a algún tachero; que siempre saben”. No lo dijo.

Le pregunté, en cambio, a un chico que estaba con una franela cuidando autos, pero el tipo respondió algo ininteligible. Le repregunté, como buen periodista. Nos farfulló: “(S)oy (s)ordo”.

Doblamos en uno de esos pasajes de Caballito que lindan con el tren Sarmiento. Vemos un pibe con ropa deportiva. Estaba al lado de un peugeot 305 (o alguno de esos nuevos: desconozco absolutamente todo sobre autos). Nerviosamente nos indicó: “Seguí derecho”. Cuando arrancó el taxista nos dimos cuenta que: no era suyo el auto, que tenía el vidrio bajo y que estaba a punto de chorearse un estéreo, no necesariamente en ese orden de vislumbramiento.

Mile le sugirió: “Preguntale a algún tachero; que siempre saben”.

Cuando quisimos darnos cuenta estábamos en la puerta de la casa de Vero.

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