Dos semanas atrás escribí para diario registrado una columna conspiranoica sobre el entrismo uruguayo que cada día cobra más verosimilitud. Estemos alertas. Transcribo.
Primera entrega de una serie de polémicas teorías conspirativas que tienen fundamentos en una realidad, pero paralela. En esta oportunidad, el fenómeno del entrismo uruguayo en la cotidianeidad argentina. Sus porqués. Hay debate.
Es un secreto a voces en el vecino país, guardado bajo seis llaves, que develaremos a continuación, por primera vez, tras un exhaustivo trabajo de investigación periodística. Quizás estemos a tiempo de cambiar lo inexorable o aceptar nuestro natural destino rioplatense.
Un buen día los argentinos despertaremos en otro país que no será ya nuestro y tendremos cuatro mundiales, el fin de la discusión sobre la nacionalidad del más popular cantante de tangos y un nueve de área en la selección.
Todo está calculado al dedillo, aunque sólo dos personas saben qué día sucederá, y nunca viajan en el mismo avión de PLUNA. No es exagerado recurrir a Gramsci, es poco original, eso sí, porque siempre recurrimos a la parte de “batalla cultural”, pero exagerado no es. (Nos consta que Gramsci escribió cientos de otras cosas pero como ninguno las leyó hablamos de lo único que más o menos sabemos todos: de la batalla cultural.)
Los acólitos gramscianos de Artigas
Posteriormente al fracaso del sistema de alianzas perseguido por Artigas y debido a la imposibilidad de una disputa bélica —por el correcto uso de la inteligencia militar—, un pequeño grupo de seis uruguayos diseñó un plan estratégico de ocupación cultural de la Argentina. Se los conoce como “Los Pioneros”. No hay un wikileak de esto porque nunca lo conversaron en la embajada de Estados Unidos, ¿por qué habrían de hacerlo? Pero sí hay una serie de evidencias que no hilvanar conspirativamente puede jugarnos la nación, ¡despertemos a tiempo, compatriotas!
A partir de esta sospecha, y de comentarla en reducidos espacios de discusión política, recibí un llamado de una figura muy reconocida en nuestro país, de un uruguayo muy conocido, cuya identidad reservaré, a quien llamaremos El Arrepentido. Cuando le comenté de mi fuente a un wachiturro, me dijo: “Alta fuente, guacho”. Para que vean cómo todo se relaciona, los Wachiturros también son uruguayos. Sigamos.
El Plan de mi alta fuente es el plan de todo el Uruguay, incluso de los ciudadanos uruguayos que no conocen El Plan, que los hay (por ejemplo, es condición esencial para disputar la presidencia uruguaya no conocer El Plan, según me comentó, también, El Arrepentido).
No me permitió El Arrepentido dejar un documento fonográfico de la charla, “por mi integridad”, asestó. Lo que se reproduce a continuación es una versión ajustada a mi memoria de la conversación:
—Estás en lo cierto, bo. Tus sospechas tienen razón de ser. Alrededor del 1900 se constituye en el paisito un consejo para conquistar la Argentina. Los Pioneros. Fueron seis los miembros iniciales, un masonismo charrúa, un humanismo. Quienes diseñaron un plan —El Plan— a largo plazo, larguísimo, de entre 200 y 300 años, sabiendo de antemano que no iban a ver los frutos de su estratégico procedimiento de ocupación cultural, lo que se dice una política de Estado. Se comenzó formando cuadros políticos que nunca desempeñaron funciones públicas, al contrario, se las volcó a actividades culturales, periodísticas y artísticas. Pablo Echarri es uruguayo. Juan Di Natale es uruguayo. El Plan es conquistar culturalmente desde adentro a la Argentina ocupando puestos sociales desde la naturalidad más agobiante. El Plan consiste en que el uruguayo sea lo más argentino posible. El único que sabe que un uruguayo es un uruguayo, es el propio uruguayo. A la vista del argentino el uruguayo es un argentino más, ahí radica el triunfo.
—Gramsci.
—Exacto, pero en la práctica, y contemporáneamente a que el italiano lo pensara, es decir no leímos a Gramsci, como todo el mundo, no somos originales en eso. Somos originales en este proceso de conquista cultural paulatino consistente en inyectar periodistas de chimentos, actores de telenovela, defensores aguerridos, ilustradores políticos, protagónicos en comedias románticas, músicos de renombre, relatores de fútbol, jurados del Bailando e intelectuales de izquierda, acompañando los éxitos y fracasos del pueblo argentino.
—Gramsci.
—Si seguís diciendo Gramsci lo dejamos todo acá y le doy la exclusiva a Facundo Pastor.
—Gramsci.
La conversación terminó abruptamente, nunca supe por qué.
Tiempo después vi un informe de Facundo Pastor sobre “La Mafia Cultural de los Uruguayos en la Argentina” que no tuvo gran repercusión, porque, entre otras cosas, Facundo Pastor no es creíble, pero también porque los altos jerarcas de los medios de comunicación en la Argentina, como es de suponer, como imaginarán ahora, son uruguayos.
Magnetto es uruguayo; Goar Mestre fue uruguayo (y no cubano, ilusos); Romay es uruguayo; Ibáñez Menta, uruguayo; China Zorrilla, uruguaya; Adrián Suar, uruguayo; Anamá Ferreyra, uruguaya; Pancho Ibáñez, uruguayo; Nadia (la del Tiempo), uruguaya; Juan Gujis, uruguayo; Claribel Medina, uruguaya; sólo por nombrar algunos de los “argentinos” que son uruguayos sin que nadie sepa.
Un proceso inverso se da en la cultura, si un argentino por ejemplo se destaca en una actividad pero tiene origen incierto un aceitado paraestado uruguayo confecciona partidas de nacimiento falsas en Tacuarembó que certifican que Carlos Gardel u Obdulio Varela son charrúas. Generalmente los documentos surgen después de fallecidos, cuando no existe el personaje para desmentirlo, ni familia que diga mú. Será el caso de Roberto Giordano, que se está enterando ahora, te mando un abrazo fuerte. Ese juego a dos puntas busca naturalizar la liquidez civil entre países.
El espacio para la sorna tiene su capital en la ciudad de Colonia: meca a la que los argentinos de clase media viajan altivos los fines de semana largos sin saber de la broma macabra, llenando la bodega del Eladia Isabel de Renault 12’s por décadas. Nos dicen, “colonia (cultural)” y los argentinos viajamos allí sin sentido (ni freeshop tiene esa ciudad) como vaca al matadero, seniles y babosos, oprimidos, sin conciencia de nos.
La contracara es Punta del Este donde se dan cita los supuestos argentinos que son uruguayos, a repasar El Plan anual. Una vez al año, Valeria Mazza, Nicolás Repetto, Elisa Carrió, Marcelo Tinelli, Matías Alé y demás uruguayos dan parte de su accionar bajo el tutelaje de Páez Vilaró, uno de Los Pioneros, el único que persiste en vivir de aquel grupo de seis.
Y vaya si está dando resultado esta política, sólo por nombrar las experiencias argentinas más atravesadas por el uruguayismo en el Siglo XX: la central de Atucha, el gol de Diego a los ingleses, La Cumparsita, Indiscreciones con Lucho Avilés (se hace llamar El Pionero, un audaz), el cine de Campanella, El Adiós Sui Generis, Atucha II, la medalla olímpica de bronce en tenis categoría dobles (Javier Frana y Christian Miniussi; Barcelona ‘92), El Libro de los Abrazos, Miguel Mateos, el suplemento Sátira/12, Más respeto que soy tu madre, las tiras de Pol-ka, las tiras de Quino, las tiras de cola, el barrio de Almagro, todas las Copas Libertadores de América, la canción La Balsa, la película Un lugar en el mundo, el Ami 8, la banda musical La Vela Puerca y la lista continúa casi sin fin.
Nadie sabe cuándo ni cómo se dará, pero un día —que invariablemente llegará en el futuro—, sin resistencia y con una naturalidad asombrosa, 40 millones de compatriotas nos iremos a dormir en una Argentina que no registrará historia propia para despertarnos en la ya República Occidental del Uruguay.
Bajo el eufemismo de “integración regional”, quizás sea lo mejor.
Primera entrega de una serie de polémicas teorías conspirativas que tienen fundamentos en una realidad, pero paralela. En esta oportunidad, el fenómeno del entrismo uruguayo en la cotidianeidad argentina. Sus porqués. Hay debate.
Es un secreto a voces en el vecino país, guardado bajo seis llaves, que develaremos a continuación, por primera vez, tras un exhaustivo trabajo de investigación periodística. Quizás estemos a tiempo de cambiar lo inexorable o aceptar nuestro natural destino rioplatense.
Un buen día los argentinos despertaremos en otro país que no será ya nuestro y tendremos cuatro mundiales, el fin de la discusión sobre la nacionalidad del más popular cantante de tangos y un nueve de área en la selección.
Todo está calculado al dedillo, aunque sólo dos personas saben qué día sucederá, y nunca viajan en el mismo avión de PLUNA. No es exagerado recurrir a Gramsci, es poco original, eso sí, porque siempre recurrimos a la parte de “batalla cultural”, pero exagerado no es. (Nos consta que Gramsci escribió cientos de otras cosas pero como ninguno las leyó hablamos de lo único que más o menos sabemos todos: de la batalla cultural.)
Los acólitos gramscianos de Artigas
Posteriormente al fracaso del sistema de alianzas perseguido por Artigas y debido a la imposibilidad de una disputa bélica —por el correcto uso de la inteligencia militar—, un pequeño grupo de seis uruguayos diseñó un plan estratégico de ocupación cultural de la Argentina. Se los conoce como “Los Pioneros”. No hay un wikileak de esto porque nunca lo conversaron en la embajada de Estados Unidos, ¿por qué habrían de hacerlo? Pero sí hay una serie de evidencias que no hilvanar conspirativamente puede jugarnos la nación, ¡despertemos a tiempo, compatriotas!
A partir de esta sospecha, y de comentarla en reducidos espacios de discusión política, recibí un llamado de una figura muy reconocida en nuestro país, de un uruguayo muy conocido, cuya identidad reservaré, a quien llamaremos El Arrepentido. Cuando le comenté de mi fuente a un wachiturro, me dijo: “Alta fuente, guacho”. Para que vean cómo todo se relaciona, los Wachiturros también son uruguayos. Sigamos.
El Plan de mi alta fuente es el plan de todo el Uruguay, incluso de los ciudadanos uruguayos que no conocen El Plan, que los hay (por ejemplo, es condición esencial para disputar la presidencia uruguaya no conocer El Plan, según me comentó, también, El Arrepentido).
No me permitió El Arrepentido dejar un documento fonográfico de la charla, “por mi integridad”, asestó. Lo que se reproduce a continuación es una versión ajustada a mi memoria de la conversación:
—Estás en lo cierto, bo. Tus sospechas tienen razón de ser. Alrededor del 1900 se constituye en el paisito un consejo para conquistar la Argentina. Los Pioneros. Fueron seis los miembros iniciales, un masonismo charrúa, un humanismo. Quienes diseñaron un plan —El Plan— a largo plazo, larguísimo, de entre 200 y 300 años, sabiendo de antemano que no iban a ver los frutos de su estratégico procedimiento de ocupación cultural, lo que se dice una política de Estado. Se comenzó formando cuadros políticos que nunca desempeñaron funciones públicas, al contrario, se las volcó a actividades culturales, periodísticas y artísticas. Pablo Echarri es uruguayo. Juan Di Natale es uruguayo. El Plan es conquistar culturalmente desde adentro a la Argentina ocupando puestos sociales desde la naturalidad más agobiante. El Plan consiste en que el uruguayo sea lo más argentino posible. El único que sabe que un uruguayo es un uruguayo, es el propio uruguayo. A la vista del argentino el uruguayo es un argentino más, ahí radica el triunfo.
—Gramsci.
—Exacto, pero en la práctica, y contemporáneamente a que el italiano lo pensara, es decir no leímos a Gramsci, como todo el mundo, no somos originales en eso. Somos originales en este proceso de conquista cultural paulatino consistente en inyectar periodistas de chimentos, actores de telenovela, defensores aguerridos, ilustradores políticos, protagónicos en comedias románticas, músicos de renombre, relatores de fútbol, jurados del Bailando e intelectuales de izquierda, acompañando los éxitos y fracasos del pueblo argentino.
—Gramsci.
—Si seguís diciendo Gramsci lo dejamos todo acá y le doy la exclusiva a Facundo Pastor.
—Gramsci.
La conversación terminó abruptamente, nunca supe por qué.
Tiempo después vi un informe de Facundo Pastor sobre “La Mafia Cultural de los Uruguayos en la Argentina” que no tuvo gran repercusión, porque, entre otras cosas, Facundo Pastor no es creíble, pero también porque los altos jerarcas de los medios de comunicación en la Argentina, como es de suponer, como imaginarán ahora, son uruguayos.
Magnetto es uruguayo; Goar Mestre fue uruguayo (y no cubano, ilusos); Romay es uruguayo; Ibáñez Menta, uruguayo; China Zorrilla, uruguaya; Adrián Suar, uruguayo; Anamá Ferreyra, uruguaya; Pancho Ibáñez, uruguayo; Nadia (la del Tiempo), uruguaya; Juan Gujis, uruguayo; Claribel Medina, uruguaya; sólo por nombrar algunos de los “argentinos” que son uruguayos sin que nadie sepa.
Un proceso inverso se da en la cultura, si un argentino por ejemplo se destaca en una actividad pero tiene origen incierto un aceitado paraestado uruguayo confecciona partidas de nacimiento falsas en Tacuarembó que certifican que Carlos Gardel u Obdulio Varela son charrúas. Generalmente los documentos surgen después de fallecidos, cuando no existe el personaje para desmentirlo, ni familia que diga mú. Será el caso de Roberto Giordano, que se está enterando ahora, te mando un abrazo fuerte. Ese juego a dos puntas busca naturalizar la liquidez civil entre países.
El espacio para la sorna tiene su capital en la ciudad de Colonia: meca a la que los argentinos de clase media viajan altivos los fines de semana largos sin saber de la broma macabra, llenando la bodega del Eladia Isabel de Renault 12’s por décadas. Nos dicen, “colonia (cultural)” y los argentinos viajamos allí sin sentido (ni freeshop tiene esa ciudad) como vaca al matadero, seniles y babosos, oprimidos, sin conciencia de nos.
La contracara es Punta del Este donde se dan cita los supuestos argentinos que son uruguayos, a repasar El Plan anual. Una vez al año, Valeria Mazza, Nicolás Repetto, Elisa Carrió, Marcelo Tinelli, Matías Alé y demás uruguayos dan parte de su accionar bajo el tutelaje de Páez Vilaró, uno de Los Pioneros, el único que persiste en vivir de aquel grupo de seis.
Y vaya si está dando resultado esta política, sólo por nombrar las experiencias argentinas más atravesadas por el uruguayismo en el Siglo XX: la central de Atucha, el gol de Diego a los ingleses, La Cumparsita, Indiscreciones con Lucho Avilés (se hace llamar El Pionero, un audaz), el cine de Campanella, El Adiós Sui Generis, Atucha II, la medalla olímpica de bronce en tenis categoría dobles (Javier Frana y Christian Miniussi; Barcelona ‘92), El Libro de los Abrazos, Miguel Mateos, el suplemento Sátira/12, Más respeto que soy tu madre, las tiras de Pol-ka, las tiras de Quino, las tiras de cola, el barrio de Almagro, todas las Copas Libertadores de América, la canción La Balsa, la película Un lugar en el mundo, el Ami 8, la banda musical La Vela Puerca y la lista continúa casi sin fin.
Nadie sabe cuándo ni cómo se dará, pero un día —que invariablemente llegará en el futuro—, sin resistencia y con una naturalidad asombrosa, 40 millones de compatriotas nos iremos a dormir en una Argentina que no registrará historia propia para despertarnos en la ya República Occidental del Uruguay.
Bajo el eufemismo de “integración regional”, quizás sea lo mejor.
1 comentario:
Hace un tiempo, desarrollé una teoría complementaria a esta.
Este texto inédito habla sin saberlo -porque yo si leí a Gramsci, pero no lo entendí- del sujeto de la derrota de la batalla cultural: el argenguayo. Y también de la colonización mental, un silencioso proceso para volvernos incorformes con lo que somos, para querer ser ellos.
La culpa porteña
Algunos habitantes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires vamos por la vida con la pesada carga de ser porteño, en el sentido federal-peyorativo del término.
Etimológicamente casi nadie es porteño. Las veces que pasamos por el puerto se pueden contar con los dedos de la mano y la relación con el rio se limita, con suerte, a una bondiolita en la costanera. Pero nos tocó ese gentilicio, que le vamoahacer.
Nos enorgullece la ciudad, la noche, sus nostalgicos paisajes grises, los bares, la cultura. Respiramos hondo cada vez que pasamos por la Plaza de Mayo con la esperanza que además de smog nos entre por las fosas nasales la historia directo al pulmón y de ahí a la sangre. Pero cuando salimos de sus límites la identidad nos pega un sopapo. Nos odian en las provincias, nos odian en Uruguay, en europa . Y en otro sitios de Dios. Entendemos la justa causa de los prejuicios, de ahí la culpa.
Con mas o menos énfasis los porteños culposos - de centralismo, de clase media, de 4x4 ajenas, de rubias de tetas operadas, de chamuyeros, de garcas- tratamos de diferenciarnos con palabras o gestos del estereotipo. Nos interesamos por las historias locales, la gente, los lugares. Tratamos de adaptarnos al ritmo de cada sitio, sus silencios, su tranquilidad. Pensamos cada frase para que no suene pedante. Los mas ridículos hasta adoptamos el acento de los lugareños lo que dure la estadía y lo importamos a la capital federal hasta que se nos va o hasta la primera gastada, lo que suceda primero.
Algunos se pasan de rosca y se mimetizan de lleno con los otros a quienes, además, admiran. Tal es el caso de los Argenguayos, esos argentinos asiduos visitadores de Uruguay que saben mas de la música, los lugares y los productos Conaprole que China Zorrilla. Lo se porque los vengo estudiando hace bastante y porque me vine a enamorar de un espécimen de estos que les manguean un paquete de yerba Canarias a todo aquel que cruce el charco. Como si no se comparara en Coto. Como si no fuera brasilera. Como si no fuera intomable.
Entendemos que es hipócrita comportarse asi sólo de viajes y tratamos de modificar el germen de mala porteñidad en cada detalle de la vida. “Hola, ¿qué tal?, buenas tardes, uno con veinticinco”, le decimos a cada colectivero con la lógica comprobadamente inútil del granito de arena. Nueve de cada diez son indiferentes y uno te responde. Sospechamos que es imposible la quijoteada de lograr la atención de un laburante que soporta la humedad de la ciudad, el malhumor de la gente, el tránsito. Pero no claudicamos ante los molinos de viento de la realidad. “Nos ignoran, Sancho”, pensamos mientras miramos una gigantografía de Cristian en calzones y acto seguido le ofrecemos el asiento a una señora que lo rechaza un poco indignada por no haber podido disimular sus 75 años.
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