14.2.07

La terminal

Quien viva o haya vivido en algún barrio periférico y tuviera que haber viajado de vuelta a su casa tras una larga trasnoche sabrá qué es la terminal, qué significa.

Es sólo cuestión de escuchar el vozarrón que dice Fin de recorrido, o similar, para que el cuerpo experimente tres sensaciones sucesivas: sorpresa, desorientación y vacío.

Irremediablemente el que deje de dormitar en una terminal desconoce dónde está, aún habiendo estado en ese mismo sitio varias veces: el desconcierto impide pensar. La respuesta es fácil, hay que esperar hasta que reinicie el recorrido el bondi. Pero al amanecer, el colectivero, por lo general, hace su último recorrido, y no vuelve a salir. Volver caminando a casa no es una mala opción si sólo se está a 10 o 15 cuadras de distancia, ¡salvo que en el medio esté Ciudad Oculta, el Barrio Piedrabuena o la Patria de la Fábricas Sin Fin, que no se entiende qué fabrican, cómo subsisten ni por qué están tan cerca de mi casa!

Las terminales son alephs, agujeros negros, ground zeros. Están al costado de la civilización, son la barbarie. El Gobierno de la Ciudad y el de la Provincia de Buenos Aires, para habilitar espacios así, obliga a las compañías a detonar todo rastro de arquitectura en 1 kilómetro a la redonda, me imagino; sino no se entienden estos lugares. No se entiende la terminal. La terminal se levanta en el medio de una ciudad pero en lugares donde no hay nada, como si esto fuera posible. Detrás de un cementerio, al costado de algún basural, en una estepa, en una acequia o a la derecha de todas las industrias muertas de una zona que alguna vez fue fabril.

No hay nada peor que estar todo el viaje impidiéndote derrapar en las autopistas del sueño, estar por lograrlo y, finalmente, ¡despertarte a cuatro cuadras de la sala de ensayo de Callejeros! ¿Por qué? No deberían estar permitidas las terminales, deberían prohibirse.

Sin embargo hay una excepción que confirma la regla: el 117 -línea de la que me ocuparé en otra crónica más adelante-. El único colectivo de tres cifras que quiero no tiene fin, su recorrido es una cinta de Moebius. Tiene paradas cada dos cuadras empezando en Estación Rivadavia y terminando en el Infinito. Nadie nunca vio su terminal: se duda de su existencia. El 117 es el único colectivo que traspasa la frontera del Puente de la Noria y más allá -si existe agua ahí- la inundación. Si te quedás dormido en el 117 te levantás en plena circulación, con rumbo a quién sabe dónde. En una terminal tenés una sola opción posible: bajarte; en el 117 tenés dos opciones, bajarte o dudar. Y mientras dudás ves pasar la vida delante de tus ojos, los momentos bellos, los tristes, las desilusiones, las dichas. El 117 te permite tomar decisiones por Banfield o váyase a saber qué partido bonaerense incomprensible. El 117 te hace pensar y ser una mejor persona.

1 comentario:

Apollonia dijo...

Genial.

Genial.

(Y yo que soy habitué del 5 y del 117... bueno, concuerdo con todo)