30.10.06

víctor victoria


Ayer no, el otro domingo, vi en Radar Libros (de Página/12), en la sección de los más vendidos, Boca de urna, los No ficción. Primera pregunta, ¿por qué dividen los libros más vendidos entre ficción y no ficción? Es raro. Pero bueno, los dividen así desde que tengo memoria. Siempre ilustran el puesto número uno con la portada del libro, es como un premio. En No ficción estaba primero el de Víctor Sueiro, que es claramente ficción, pero bueno, no importa. Yo había visto la tapa de ese libro, Los siete poderes, en una librería, y era muy fea, la tapa, de tan fea me había asustado: un corazón rojo con una cerradura y una llave dorada la ilustraba. Pero la foto que ilustraba ese libro en el sumplemento era de otro libro, también horrible, pero claramente otra. Entonces me imaginé fugazmente que estaba segundo en ventas Víctor, pero miré bien y estaba primero y el libro era efectivamente la tapa de Los siete poderes.

Eso pasa por dejar los contenidos periodísticos en mano de los diseñadores gráficos.

Esto fue lo que pensó e hizo el diseñador en cuestión:

¡Uh es re tarde!, no llego a ver el final de Montecristo, ¿qué me falta? Esa sección de mierda de los libros más vendidos en la librería El libro loco de esta semana, qué pedorrada. Por suerte siempre están los mismos en el número uno: Bucay, Isabel Allende, Pigna; ya las tengo todas en la carpeta RL-tapas. ¿Cómo? Qué mierda es Los siete poderes. ¡Ah, no! ¿Ese puto de Víctor Sueiro sacó otro libro?, ¡no se murió todavía! Masí, meto google, imágenes y saco la foto.
Y, efectivamente, metió la foto de un libro de un tal Álex Rovira Celma, que también se llama Los siete poderes.

Este Álex quizás sea el hijo de Blumberg pronunciado por Grondona mientras editorializaba el plebiscito de Misiones, al que fue el Ingeniero para ayudar a darle un revés electoral al malo de Rovira, y ese diseñador, quizás, hizo de eso arte conceptual anticipándose una semana a los resultados. De cualquier manera, el pueblo le dio un revés histórico esta semana al artista comprando a mansalva el libro del impecable Tata Yofre y desbancando a un merecido segundo lugar a ese muerto de Mr. Angioplastía.

12.10.06

)+(

Cuatro o cinco portales de internet están cambiando el mundo. Recuerdo con bronca las primeras búsquedas en Google cuando empezaba a aparecer Wikipedia. No entendía qué era, no me parecía una fuente confiable, no me aseguraba el resultado que buscaba. Esta enciclopedia comunitaria se convirtió en una especie de memoria colectiva mundial más que interesante, y lo peor es que el boom se dio en, ¿cuánto?, ¿cuatro meses? Su dueño y creador dijo que no todo el mundo es especialista en muchas cosas pero que de algo puntual seguro cualquiera sabe muchísimo, y de eso es lo que le interesa que hable en Wiki. Wiki está creada, aumentada y corregida por una mayoría silenciosa de usuarios y regulada por una treintena de fanáticos ad-hoc que controlan barbaridades y tonterías. Lo mismo pasa con YouTube, en –diganmé sino- ¿4 meses?, pasó de no ser a ser una base de datos audiovisual completísima, pudiendo encontrar de todo (de todo) allí. Google, ya saben qué es y para qué sirve, Blogger, también. El último hallazgo que tuve entre manos es una página que es conocida pero que desde que me registré me conmovió por su alcance y sus posibilidades. Flickr es –dicho sencillamente- el mejor banco de imágenes del mundo. Y sin copyright. Es como un flog gigante con un entorno muy lindo que atesora imágenes de cualquier cosa. Con la revolución que está comandando la fotografía digital todos podemos sacar buenas tomas –aunque sea dos de un muestreo de 50- entonces cada uno de esos usuarios sube a flickr esas dos fotos mediante un nick difuso y generalmente distante de Buenos Aires. ¿Qué tenemos? Arte, mierda. Me puedo pasar horas poniendo, por ejemplo, “flan” en el buscador y ver flanes de toda Iberoamérica. Gran herramienta, a usarla chicos. Consternado el otro día me dije para mí quién sabe qué más nos puede deparar la red de redes que no sepamos que se puede lograr al día de hoy. Es misteriosamente saludable lo que pasa por acá. Las generaciones que vendrán realmente tendrán en sus manos otro mundo.

Una anécdota pequeña sobre lo inasible de estas herramientas intercomunicadas –porque además son complementarias entre sí, todas-. Quería buscar una marca de ropa que se llama Unmo. No me acordaba el nombre y puse Ummo en el Google. Me salió Wiki con esa palabra, me dio curiosidad que pudiera aparecer en una enciclopedia una definición sobre una palabra tan rara como ummo: Ummo es el nombre de un planeta ficticio creado en el marco de un fraude que durante muchos años se consideró auténtico dentro de ciertos círculos. Me llamó la atención –siempre me interesaron las estafas alienígenas- y me lo imprimí. Descubrí una historia fantástica sobre un español que por 30 años mandó cartas a particulares dienciendolés que eran “elegidos” por los habitantes de ummo -se hacía pasar él por extraterrestre- para hacerles saber que estaban entre nosotros y demás datos de su idiosincrasia. Tres décadas alimentando ese fraude sin ser descubierto nuestro héroe llegó a influenciar a personas que estudiaron el fenómeno e, incluso, una secta, Edelweis, marcó a los niños fieles con un signo que identificaba a los oemii (habitantes de ummo), que es se parece a esto: )+(. Muy gracioso. Recordé que el logo de unmo era parecido al de los oemii. Fui y busqué entre mis postales alguna de unmo, y el logo resultó ser algo así como ]+[. Y pensandoló bien, la ropa es medio galáctica, no en la acepción madridista del término sino en un estricto sentido interplanetario. Los estudiosos de los objetos voladores no identificados y la posible vida en otros planetas practican la denominada ufología. Que deviene de la palabra ufo; ovni, en castellano. Que a su vez es una marca de ropa. La ropa y los extraterrestres parecieran contradecir a Calamaro, darle sinrazones a Fabio Zerpa y clarificar el porqué de la preferencia de las marcas por las modelos andróginas, término que por Wiki descubrimos fue mencionado por primera vez por Platón, que en su obra El Banquete menciona a un ser especial que reunía en su cuerpo el sexo masculino y el femenino y/o masculino-masculino y femenino-femenino. A la pipetuá.

6.10.06

yo no sé nada

Fue en verano (y en la heladería) que Página/12 había editado un disco –uno de los primeros que publicó- de Galeano y Gelman. Yo no lo compré por esos días, pero me gustaba Galeano. A todos nos gustaba Galeano cuando adolescentes. Después quizás también, no viene al caso, al caso viene que siempre de adolescente si se tiene alguna inquietud se lee Mafalda, Las venas abiertas de Latinoamérica, una biografía del Che y alguna cosita progre más a elección. Lo vi por primera vez en casa ajena al disco: azul y negro, con dibujos de Rep. Un día me lo prestaron; salteaba a ese viejo sin gracia: impúber, pensaba, a quién le podía gustar eso, qué dice, de qué habla. Como venían mechaditos como matambre, un poema y un poema, siempre lo escuchaba cerca del grabador y ponía >> cuando empezaba a respirar el señor. Un día me lo compré. Otro, me cansé de Galeano -y su interpretación- y le di una oportunidad al viejo. Qué es un poco como Spinetta, cuando te entra, ya está. Te entró. Gelman, por aquí, pase.

Obviamente al principio recalé en los tracks más obvios: hay que aprender a resistir, ni a irse ni a quedarse, a resistir; aunque es seguro que más habrá penas y olvido. Pero después le fui dando opciones a los raros, e ingresé en el gran cielo de la poesía, mejor dicho en la tierra o mundo de la poesía, que incluye cielos, astros, dioses, mortales. Y, de nuevo, ruiseñores, y ese poema de poemas, que te hace caer caminos para que los pies de la poesía caminen y ahí estaban como en una foto vieja Vallejo y Girondo y Rimbaud y Keats y Whitman y el Ruiseñor a hombros del Che, que venía de Galeano. Y nos caga a pedos en el medio. Nunca nadie me había cagado a pedos desde un poema. Y ahí empieza con esa cantinela de martí yendo y viniendo por el aire con los muertos queridos que vio volar como una rosa blanca ¿no ves a mis compañeros volar por el aire ochenta años después? ¿estás despierto para que sigamos diciendo no? ¿los muertos se ponen pálidos como magdalena cuando amasaba sus panes con más lágrimas que harina? ¿hasta que venga el día? ¿día en que toda américa latina subirá lentamente? ¿amorosamente? ¿navegando como hacen mis planetas del sur?

Y ahí se me hizo un liíto: empecé a ver animalitos que pasaban por el cielo y bueyes que tiraban del sol. Y ahí nomás a buscar un espejo para mirarse e intentar encontrar en los ojos propios las respuestas de la belleza que emociona. Y ahí nomás, de vuelta, Gelman, que reconoce que no sabe nada, ni sé en qué día nací, conozco la fecha pero no el día en que nací. Y claro, estamos en problemas.

Después todo es volver. Y empezar a saltearlo a Galeano que tras Gelman empieza a ser torpe y manifiesto: obvio. No es su culpa, ¿qué se hace frente al mayor poeta vivo? Nada. Debería haber dicho que no Galeano. Aunque si dijo que sí para que los yo conozcan a Gelman está justificado. Esa voz monótona llena de colores, única para sus poemas, sus puntuaciones impuntuales, sus diminutivos imposibles, sus verbos sustantivos, los tiempos bien conjugados con anacronías; él reinventando el castellano. La madre madrecía cada noche. Pacen en su temblor. Y su mundo urbano y metafísico. Tierno. Absurdo. Con mucho dolor. Alguien a quien castigan puertas, ruidos, teléfonos, y, andá a saber por qué, toda la parentela de la muerte. Sus compañeros que lanzan sueños sin método contra la vida chiquita. Eso no quiere decir que el azúcar zodiacal endulza caballos del sur. ¿Y quién afirma que Panamá es Panamá y no tu pelo (…)?

Usa como muletilla frasesitas que no se las vi a nadie. Dice Es decir o Mejor dicho como para cerrar una idea y en realidad expande. Y yo intento hacer lo mismo, pero no me sale. O sea crepitarás entre lotos de Hangchaw bajo septiembre como cuando encontré la justicia en el mundo y era como tu rostro, mejor dicho: te amo.

Y aprehendiendo cómo es que dice sus poemas, ya todo se dice como él lo diría, entonces se toma un libro y se intenta leerlo con un ritmo propio, diciendo como uno, pero no se puede. Y se dice como él lo diría. Entonces leer se trasmuta en un decir de él, mudo o voceado. No es mucho el lapso entre repasar los poemas y leerlos voz alta imitándolo. El lapso es abrir el libro en donde salga y empezar.

Un hombre deseaba violentamente a una mujer, a unas cuantas personas no les parecía bien, un hombre deseaba locamente volar, a unas cuantas personas les parecía mal, un hombre deseaba ardientemente la Revolución y contra la opinión de la gendarmería trepó sobre muros secos de lo debido, abrió el pecho y sacándose los alrededores de su corazón, agitaba violentamente a una mujer, volaba locamente por el techo del mundo y los pueblos ardían, las banderas.

Sus obsesiones son siempre las mismas: ramitas, pájaros, compañeros, amores, niños, árboles, sueños, vuelos. Escribe siempre el mismo poema y mira al universo que alumbra el umbral de su casa.

4.10.06

huido bro

Hubo dos publicidades con complejo de Edipo por estos días; ambas de celulares. La de Movistar del día de la madre tiene una canción linda (Rufus Wainwright - 14th Street) y el protagonista se parece a mí, cuando era más pequeño, aunque nadie coincide con esto y me responde que “yo soy (era) más lindo”.

La otra es de Personal y es más linda y el protagonista es gordito y simpaticón. El conflicto surge cuando la madre le profiere zalamerías a una planta opulenta en tono susurral. El niño entreoye, se siente desengañado, anda en motoneta lloriqueando y después intenta fugarse de su casa. El remate es un “Me llevás” a la madre por parte del niño, que denota de qué manera uno muta de enojo a olvido, en esos años, con facilidad.

Me dio sonrisa y dos anécdotas parecidas vinieron a mi cabeza. Creo que todos tenemos algún intento de fuga entre tierno y patético en la niñez.

La huida de Nolugareña

Se había enojado con Madre por cuestiones trascendentales, entonces Nolugareña se dijo a sí misma “Así no, con Don Cámara, no”. Y se decidió a emanciparse cuanto antes. Aprovechando que Madre subió a tender a la terraza oteó el pasaplatos y le robó plata. Una suma suculenta que la ayudaría a sobrepasar el crudo invierno a la intemperie con sus 9 octubres. Sin el fantasma del paco -el único paco peligroso era el tío carpintero-, hurtó un billete de dos pesos y se aventuró a la aventura de la sobrevivencia. Habiendo caminado 2 cuadras, parece ser que cambió de opinión y empezó a dudar sobre si recular. Transitada la tercera calle llegó a Murguiondo y Santander -para esa edad era una mundo lejano Murguiondo y Santander, como Villa Pueyrredón o Antioquia-. La aventura estaba terminada. Entonces se compró un Tofi blanco en el kiosco de la esquina y volvió rápido antes de que mi mamá hubiera bajado de la terraza y antes de que empiecen Los Pitufos.

La casi huida de Natanael

No sé qué había pasado –pero seguro le habían dado la razón a alguno de mis hermanos ante algo, o eso creí yo, que es lo mismo- pero me enojé mucho y refrendé –con el dedito a lo Rocamora- que me iba de casa, lejos, a buscar mi destino, lejos ya de la injusticia del amor fratrial. La disyuntiva encontró su lugar –como tutor al tallo- ante la decisión de qué escoger para emprender la huida: no me podía llevar todo. Alienado con la idea del exiliado de los dibujitos no se me ocurrió mejor idea que buscar un palo de escoba y un pañuelo lo bastante grande como para anudarle a uno de sus vértices, a modo de bolsito. El primer inconveniente fue que el único pañuelo grande que recordaba era de mi mamá y tuve que sigilosamente ir a la cómoda –porque ella no iba a venir, porque, se sabe, es cómoda- y robárselo. Ya sentía culpa. De todo lo demás que me quería llevar lo único que quería preferentemente era las bolitas. Debía ser una de esas épocas en las que se jugaba a las bolitas, en mi infancia era cíclico ese tema; a veces se jugaba, a veces no, en la cancha de tierra del colegio-. Las acumulaba en un adorno que era una representación de una plancha de planchar de madera que se abría como una boca de pelícano por uno de sus costados y dejaba ver una concavidad en la que las bolitas dormían el sueño de los justos. La cosa es que justo que había abierto el pañuelo sobre el piso y quería verter las bolitas sobre el lienzo verde y negro de seda de Madre, Madre abre la puerta de la pieza. El escozor me empujó a acelerar el proceso para que no descubriera qué estaba haciendo, con tanto ímpetu que las bolitas dieron saltitos por la pieza –con su ruido característico- y Madre no entendía. Tuve que explicarle que me iba a ir de casa, que el pañuelo era para el palo, que lo único que me iba a llevar eran las bolitas: le exigía con los ojos que me pidiese que me quede. Menos mal que me lo pidió. Después tuve que juntar una por una cada bolita, que fueron a parar a confines tales como el priorato de Sión, debajo de la cama, Estambul o adentro de una zapatilla.